Hablar de Allen Iverson es hablar de baloncesto. En su más puro significado, en su más profundo sentido, en su máxima expresión. Talento y desparpajo. Efectividad y espectáculo. Carisma y competitividad. Éxitos y fracasos. Pero sobre todo, un regusto a leyenda que permanecerá muchas décadas vigente. La historia de Allen Iverson es la historia del baloncesto, sin lugar a la duda.
Para toda una generación de jóvenes amantes del baloncesto, la de los nacidos en la década de los 90, Allen Iverson era el buque insignia de ese hermoso cuento de hadas que es la NBA. Con su llegada a la liga como número uno del draft de 1996 ( una promoción talentosa con jugadores como Kobe Bryant, Steve Nash, Marcus Camby, Stephon Marbury, Ray Allen, Peja Stojakovic o Jermaine O’Neal ), se inició una revolución que representaría el nexo de unión entre una vieja guardia de estrellas y una nueva y flamante clase de jóvenes talentosos y con un enorme filón mediático.
De hecho, nadie tenía más tirón que el chico de Hampton, Virginia, recién salido de Georgetown. Su desmesurado talento lucía incluso más especial si atendemos a sus datos antropométricos: 1’83 de altura y 75 kilitos de peso parecen insuficientes para afianzarse en la liga de baloncesto más exigente, con diferencia, del planeta. No sólo por el nivel físico de los jugadores (Iverson debía enfrentarse cada noche a defensores más altos y fuertes que el), sino por la enorme carga de partidos y viajes que deben afrontar. Pero no sólo consiguió afianzarse en la competición, sino que se convirtió en referencia de la misma: 10 veces All-Star, 4 veces máximo anotador de la liga, 3 veces en el mejor quinteto de la NBA, un premio MVP de la temporada regular y unas finales con un equipo, como poco, ramplón.
Su llegada a la liga fue contemplada con recelos por buena parte del equipo ejecutivo de la competición. Allen llegaba con una imagen de bad boy ganada a pulso por él mismo. Fue sonado su incidente, cuando aún era jugador del instituto local de Hampton, Bethel (en donde lideraba tanto al equipo de baloncesto como base, como al equipo de fútbol americano desde el puesto de quarterback; en su año junior fue capaz de llevar a ambos equipos al campeonato estatal de Virginia, siendo elegido por la prensa como el mejor jugador de instituto del estado en los dos deportes).
Dicho incidente se produjo en 1993 entre Iverson y sus colegas y un grupo de adolescentes blancos en una bolera, y se saldó con una condena para Allen de 5 años de prisión y 10 de suspensión deportiva tras haberle partido una silla en la espalda a una joven. Iverson evitó la cárcel por ser menor de edad y estuvo cuatro meses en un correccional, hasta que el gobernador de Virginia le concedió el indulto, y poco después, la condena sería revocada. No cabe duda de que no habría recibido un trato tan condescendiente si no se hubiese tratado de un deportista tan prometedor.
Tras este episodio, que pudo haber representado el fin de sus aspiraciones en el mundo del deporte profesional, Iverson fue reclutado por la Universidad de Georgetown, donde jugó por dos años bajo las ordenes de John Thompson antes de dar el salto a la NBA, dejando por el camino títulos, reconocimientos individuales y unas estadísticas espléndidas, siendo aún hoy el máximo anotador de la historia de la universidad. Diferentes problemas económicos familiares precipitaron su ingreso en la mejor liga del planeta. Era el momento de ganar pasta.
Ya desde su primer año en los Sixers de Philadelphia, la sintonía con el público fue total y sus actuaciones protagonizaban los resúmenes deportivos. Pronto se convirtió en el jugador de moda de la NBA. Enganchó cuatro partidos de 40 o más puntos consecutivos, y anotó 50 puntos ante Cleveland en Abril, siendo el primer y segundo rookie, respectivamente, en conseguir estos récords. Se llevó a casa el galardón a mejor novato del año por la manga.
En los años siguientes, continúo con su vertiginoso ascenso hasta los altares de la liga. El entrenador Larry Brown llegó a Pensilvania en 1997 para aunar fuerzas con The Answer y transformar la mentalidad de una franquicia hundida en el pozo. Aunque la relación fue problemática desde el inicio, con sonados choques entre ambos, el invento acabó por funcionar. Larry Brown se concentró en trabajar el ego de Iverson y hacerle más jugador de equipo. Ya era evidente que su talento estaba por encima de los demás en la cancha; ahora había que aprovechar el carisma y la personalidad de Iverson para convertirle en un líder total. Nunca llevó nada bien chupar banquillo ni tener que entrenar, y aunque la relación entre ambos siempre fue de amor-odio, Larry Brown fue capaz de alcanzar el objetivo, al menos las primeras temporadas.
En la temporada 2000/01, los Sixers acabaron primeros de la conferencia este con 56 victorias. En cinco temporadas, el equipo había evolucionado de las 22 victorias del primer año de Iverson hasta el mejor balance de su conferencia. Allen levantó esa temporada su primer y único premio MVP, aunque probablemente hubiera sido merecedor de haberlo levantado también la temporada anterior, además del premio a mejor jugador del All-Star, y llevó en volandas a un equipo muy cutre (su pilar, tras el propio Iverson, era Dikembe Mutombo, y luego venían jugadores de un perfil mucho más bajo como Eric Snow, Tyrone Hill, Aaron Mckie, Jumaine Jones, George Lynch o Matt Geiger) hasta las finales de la NBA contra los poderosos Lakers de Shaquille O’Neal, Kobe Bryant y Phil Jackson.
Prácticamente todo el público especializado coincide en que sin Iverson, los 76ers de aquella temporada probablemente no hubieran alcanzado ni siquiera playoffs. Tras superar en primera ronda a los Pacers de Reggie Miller, los Sixers tuvieron que llegar hasta el séptimo partido en las eliminatorias ante los Raptors de Vince Carter y los Milwaukee Bucks de Ray Allen. En cada eliminatoria la figura de Iverson se fue acrecentando y dejó actuaciones para la historia. Por su parte, el equipo angelino se plantó en las eliminatorias por el título con un balance inmaculado en play-offs, donde aún no conocían la derrota, y dado que Philadelphia se presentaba como un rival endeble y fatigado, todo el mundo apostaba por un nuevo barrido y la consecución de un campeonato perfecto para Phil Jackson and company. Pero Iverson tenía otros planes.
Philadelphia se plantó en el Staples Center de la capital de California dispuesto a dar guerra. Allen anotó 48 puntos (la anotación más alta de la historia para un debutante en las finales) y los Sixers se llevaron el primer partido en la prórroga, reventando todas las apuestas. Queda para el recuerdo aquel tiro anotado desde la esquina tras haber dejado tirado a Tyronn Lue y la zancada por encima de él acto seguido, simbolizando en cierta manera que no había nadie mejor que el, al menos en su puesto, en la liga. Los Lakers encajaron el golpe y se pusieron manos a la obra; Shaq abusó de Mutombo (que ese año había ganado su cuarto título como mejor jugador defensivo de la NBA ) y de todo sixer que se pusiera por delante para llevarse el anillo directo a la costa oeste. Sería el segundo de los tres títulos conquistados por la sociedad Shaq-Kobe antes de romperse. Pero, en el imaginario NBA, esas serían las finales de Allen Iverson. Promedió 40’6 puntos en los cinco partidos disputados.
Nunca Iverson ni los Sixers volvieron a llegar tan alto en los años posteriores. Allen se cansó de anotar y anotar para nada; nunca tuvo el equipo competitivo que demandó a los directivos de la franquicia. En parte por los pésimos movimientos ejecutivos, y en parte por lo difícil de conseguir estrellas que quisieran venir a compartir vestuario con un jugador extraordinario y ególatra a partes iguales.
En febrero de 2005 llegó al equipo Chris Webber, el mejor aliado que le pudieron brindar en diez temporadas, pero no fue suficiente, y el equipo volvió a caer a las primeras de cambio en fase final. Tras esto, y con todo el dolor del mundo, The Answer hizo las maletas y puso rumbo a Denver, donde le esperaba Carmelo Anthony. La sociedad Melo-AI prometía. Además de trenzas y swag, los dos jugadores compartían aptitudes e instinto anotador del más alto calibre. El grupo estaba redondeado por jugadores muy interesantes como Marcus Camby, Kenyon Martin, JR Smith o Nené Hilario. Pero el experimento tampoco funcionó, y en las dos temporadas en Colorado no logró superar la primera ronda de playoffs.
Así que vuelta a la carretera. Iverson se movió a Detroit ya muy mermado tanto física como anímicamente. Había comenzado esa extraña etapa en la carrera de muchas estrellas venidas a menos en que intentan desesperadamente, mediante traspasos, aterrizar en una franquicia que les pueda brindar una última oportunidad de luchar por el deseado anillo de campeón de la NBA. Pero Detroit primero, donde sólo completó un primer tramo bueno, para luego lesionarse y regresar directo al banquillo, y Memphis después, donde solo disputó 3 partidos, no eran ni de cerca los proyectos adecuados, y AI abandonó ambas franquicias por la puerta de atrás.
Entonces, vuelta al equipo de su vida, Philadelphia, donde más que competir, lo mejor que pudo extraer de aquellos 25 partidos fue el tremendo cariño y respeto de un público enamorado que lo agasajó cada vez que pisó la que siempre será su cancha. Tras esto, vino el extraño salto al viejo continente, concretamente al Besiktas turco, en una maniobra inesperada y muy definitoria del extraño momento personal del crack de Virginia, envuelto en disputas matrimoniales y con su pequeña hija Messiah con graves problemas de salud.
No tardó ni dos meses en dejar Europa y regresar a los Estados Unidos a la primera oportunidad que tuvo; una lesión en la pantorrilla le sirvió de excusa para volar y no volver. De vuelta en casa, Iverson intentó solucionar sus problemas económicos con un nuevo contrato, pero ya nadie en la liga parecía dispuesto a confiar en su talento. Recibió ofertas, incluida una de los Lakers, pero todas requerían un paso por la Liga de Desarrollo para recuperar ritmo NBA como requisito previo a la incorporación a la franquicia, algo a lo que Iverson se negó en redondo por considerar este trato un insulto. Finalmente, tras no recibir una llamada que contentara sus expectativas, anunció su retirada definitiva en 2013, y su camiseta con el número 3 fue retirada por los Philadelphia 76ers en 2014.
Este podría ser más o menos el resumen de una carrera deportiva a grandes rasgos espléndida. Durante muchas temporadas, Iverson ocupó los primeros puestos en los rankings de la liga en anotación, asistencias y robos de balón. Su pasión y su destreza le hicieron ganarse un hueco en el corazón de los aficionados de los Sixers y de la NBA en general; era un auténtico deleite ver a un jugador tan espectacular y efectivo, que jugaba a un ritmo vertiginoso e inteligente, y que poseía un cambio de ritmo que tumbaba rivales como si fuesen bolos.
Iverson era exponente de un estilo callejero y estético que no siempre consigue triunfar ante los focos y los flashes ni encajar en la disciplina y el rigor de los sistemas tácticos de la gran liga. No fue el primer jugador en aportar un fresco y desenfadado estilo de juego, pero si que fue el que lo hizo de la manera más eficiente. Es obligado destacar que consiguió cuatro veces el título de máximo anotador de la liga en una competición donde, por poner un ejemplo, en la temporada 2000/01 ( la de las finales para los Sixers), la media de altura estaba situada en los 2’00 metros de altura y el peso promedio de un jugador era de 104 kilos: 15 centímetros y 25 kilos de diferencia respecto a la media que no sirvieron para evitar que Iverson, antes de abandonar los Sixers y acabar dando tumbos por la liga diluyendo sus estadísticas de carrera, presentara el tercer mejor promedio de anotación de la historia por detrás de Michael Jordan y Wilt Chamberlain.
Actualmente Iverson ocupa el puesto número 24 de la lista de máximos anotadores de la historia de la liga con 24.368 puntos, recién superado por LeBron. Además, es el único jugador de la historia en liderar la liga en robos de balón en tres temporadas consecutivas, y ocupa el puesto número 12 de la lista de mejores ladrones de la historia con 1983 robos (2’2 por partido). Pero todos estos datos estadísticos forman sólo una parte de la mística de Allen Iverson, y explican su impacto en la liga sólo hasta cierto punto.
Porque Iverson era el prototipo de chico malo de la NBA. Su carácter díscolo le hizo ser quebradero de cabeza de entrenadores, directivos y peces gordos de la liga. Vestía de manera ostentosa, iba forrado de joyas, llevaba gorra, pañuelos en la cabeza y gafas de sol en interiores, y mantenía un tono provocativo cada vez que abría el pico. Su estilo enamoraba a las nuevas generaciones y espantaba a los puristas.
Para más de uno, Iverson no debía representar el presente ni el futuro de la NBA. Sus antecedentes y su comportamiento jugaban en su contra, así como su marcada voluntad de hacer lo que le saliera de los cojones fuera de la cancha. Tenía ese corazón de guerrero que tanto gusta a los amantes de la épica. Un carácter en pista ambicioso y muy competitivo.
Además, en ocasiones, entre desplante a la prensa y desplante al entrenador de turno, soltaba auténticas perlas que le convertían en figura clave de la NBA. Por ejemplo, cuando a mitad de década David Stern anunció el nuevo código de vestimenta para los jugadores, que obligaba a vestir de manera comedida, y dejar al margen elementos como gorras, gafas de sol, joyas y ropa holgada, Iverson fue el primero en manifestarse en su contra y en advertir que no pensaba cumplirlo. Lo consideraba un ataque injustificado a la cultura que existe en torno al hip-hop. «Pon a un criminal en un traje y seguirá siendo un criminal. Este código de vestimenta emite un mensaje muy negativo para los niños» dijo entonces.
Pero no todas sus historias al margen del baloncesto son así de inspiradoras. En el año 2000 trató de lanzar una carrera como rapero que no llegó a fructiferar. Bajo el nombre de Jewelz proyectó un álbum llamado 40 Barz que no se llegó a publicar debido a su alto contenido en líricas violentas y homófobas. En más de una ocasión tuvo problemas con la autoridad por conducir a una velocidad excesiva, por tenencia ilícita de armas o por posesión de marihuana. En 2004 fue expulsado y vetado en un casino de Atlantic City por echarse una meada en una papelera a la vista de todo el salón. Iverson era un adicto al juego y asiduo a los casinos, como Michael Jordan y tantos otros hombres de éxito. Cuando en 2011 le fue retirado un Lamborghini Murciélago a raíz de la detección por parte de la patrulla que le había parado de que Iverson había falsificado un documento para evitar pagar un impuesto estatal, su respuesta fue » llévenselo si quieren, tengo 10 más … ¿ es que no saben quién soy ?«. Pero parece que esta declaración era mas fanfarronería que otra cosa, porque sólo un año después se vio obligado a vender su lujosa mansión de Atlanta por 4’5 millones de dólares, en pleno proceso de divorcio de su esposa de toda la vida y madre de sus cuatro hijos Tawanna. Iverson se declaró entonces en bancarrota.
A lo largo de su carrera, ganó en torno a 154 millones de dólares sólo en contratos NBA. A esta suma hay que añadir los ingresos de sus múltiples contratos publicitarios, como el que tuvo con la marca Reebok durante muchos años. Pero ahora ya no queda mucho rastro de todo ese dinero, dilapidado entre malas inversiones, derroches indiscriminados y una enorme cantidad de garrapatas de las que Iverson siempre se ocupó de buena gana. En la película He Got Game de Spike Lee, podemos apreciar en el personaje de Jesus Shuttlesworth encarnado por un joven Ray Allen lo estresante que puede llegar a ser el tener ante ti un futuro brillante en una máxima competición deportiva. El número de amigos interesados, primos lejanos y mujeres atraídas por ti es directamente proporcional al talento que tienes (o que la prensa ha publicado que tienes). Mucho me temo que ahora que su vida deportiva ha llegado a su fin, escucharemos más cosas de AI relacionadas con jaleos y escándalos que con su relación con el juego donde triunfó.
La realidad es que Iverson queda irremediablemente atrapado en el imaginario de todo amante del basket, especialmente en la mente de los jóvenes de los 90. Sus trenzas, su calentador en el brazo derecho, sus tatuajes, sus andares chulescos, su carisma. Su velocidad, su peculiar mecánica de tiro, su inteligencia sobre la cancha, su capacidad de liderazgo, su innegociable esfuerzo en cada jugada. Iverson contaba con todos los elementos necesarios para entrar en la historia de la liga y así fue, tanto como excelso jugador como por ser un revolucionario e innovador icono de marketing. A todo el mundo le gustaba ver jugar a Allen Iverson; no tenías más remedio que rendirte a la magia de un jugador diferente. A su retirada, ingresó en el club maldito de leyendas que se jubilaron sin el anillo, junto a Karl Malone, Charles Barkley o Patrick Ewing, entre muchos otros, pero la sensación para todos sus contemporáneos es que no necesitó lograr un anillo para alcanzar la gloria en el mundo del baloncesto. Y es que para bien o para mal, Iverson es La Respuesta a la pregunta de por qué nos gusta el baloncesto.
Texto de Tarek Morales