El Fray Bartolomé de las Casas fue un polifacético clérigo del siglo XVI que pasó buena parte de su vida en las Antillas españolas, afianzando el control del reino en el Nuevo Continente.
Cuenta la historia que, un día, conmovido tras ver la inhumana explotación a la que eran sometidos los nativos por parte de los españoles, sugirió, mediante una urgente misiva a los Reyes Católicos, su inmediata sustitución por negros africanos. El Fray Bartolomé fue apodado y recordado de ahí en adelante ‘Protector Universal de todos los Indios‘, pues su gesto fue contemplado como un acto compasivo y humano, pero realmente y más que cualquier otra cosa, se trata de un ejemplo perfecto del proceso denominado como Infra – humanización dentro de la rama social de estudio en Psicología, esto es, la tendencia a considerar que determinados grupos étnicos son incapaces de sentir según que emociones.
El acto de compasión del Fray Bartolomé sólo puede considerarse como un acto de amor hacia los hombres explotados si aceptamos que, para él, los negros africanos no formaban parte de la especie humana – o, si lo hacían, no formarían parte de la misma categoría, revelándose así una forma de clasificación de los pueblos y sus hombres en estratos bien delineados. Estamos ante una idea común en aquellos días, como ya sabemos. Se creía realmente en aquella época que la raza negra poseía cierta ‘insensibilidad’ al dolor y al sobre esfuerzo, por lo que estaban destinados a duros trabajos en las minas.
Estas ideas racistas vienen siendo teorizadas desde el siglo XVI hasta más o menos mitad del S. XX, coincidiendo con la época Imperialista. La justificación del racismo se ha centrado en aspectos intelectuales y conductuales, dejando de lado factores emocionales. Durante este tiempo, ciertos elementos del grupo dominador han tratado de legitimar una posición de dominio social argumentando una supuesta superioridad cultural y verbal, o un mayor respeto y adherencia a las leyes y el civismo.
Pero, sobre todo, los mayores esfuerzos por encontrar factores válidos que sostengan los argumentos que defienden la diferenciación racial se han hecho en el campo de estudio de la inteligencia. Mencionemos aquí, por ejemplo, el infame libro ‘The Bell Curve’, de 1994, una amalgama de patochadas y conclusiones simplistas y presuntuosas sin una base científica sólida, que buscaba justificar las diferencias encontradas en el desempeño social dentro de la sociedad americana entre negros y blancos exponiendo cocientes intelectuales diferentes para cada grupo étnico, y argumentando que la abismal diferencia presuntamente hallada entre negros y blancos explicaría una mayor tendencia en los primeros hacia la delincuencia o la drogadicción.
¿Cómo es posible entonces que el grupo dominado mantenga una visión positiva de si mismo en un ambiente que está continuamente bombardeando con información ambigua o negativa ? Pues gracias a nuestra capacidad de generar sentimientos, una función esencial, exclusivamente humana y que, sin embargo, ha sido bastante ignorada, o mejor dicho, dada su naturaleza excesivamente compleja, ha sido contemplada con recelos desde las ciencias sociales . Sin aparatos judiciales, políticos, o de orden moral, el grupo dominado infra – humaniza al dominante, negándole la posibilidad (subjetiva, claro) de sentir ciertas emociones. Restringir ciertas emociones al propio grupo supone infra – humanizar o bestializar al otro, pues negamos la mayor – la premisa de que todo ser humano sobresale del reino animal gracias a su capacidad para sentir y ser consciente del propio proceso de sentir.
La infra – humanización plasmada sobre papel parece estar desfasada; pero quien crea que los juicios de valor, la descategorización del exogrupo y la exaltación del endogrupo son cosas de la época colonial, está muy equivocado. Una reflexión acerca de los principales conflictos políticos actuales le convencerá de ello. Basta con encender la puta tele. La deshumanización fue, es, y por desgracia será, un proceso común y aceptado dentro del pensamiento humano y su organización en comunidad.
Texto de Tarek Morales