Las antepasadas más remotas de las que se guarda memoria en mi familia materna son dos preadolescentes de etnia Huarpe. No sé sus nombres, solo que, en su época, a las personas de los pueblos originarios se les podía hacer cualquier cosa gratis: a ellas las raptaron unos militares, y les quemaron las plantas de los pies para que no huyeran. Aún así, la mayor robó una mula, puso a salvo a la pequeña y, por algún motivo que desconozco, regresó con uno de sus secuestradores. Por eso mi bisabuelo tenía los ojos verdes.
La historia era considerada romántica y, bien mirada, reunía algunas de las características del género, como la nostalgia por el pasado, la exaltación de los sentimientos, la subjetividad y la fantasía. Yo la entiendo de otra manera.
Fue contada tantas veces que al final perdió el sentido y sólo causaba la risa, porque nadie podía creer estar escuchándola otra vez. Ahora la agradezco, porque sin ella no tendría ni idea de nuestro origen.
Mi segundo apellido se lo pusieron al padre de mi abuelo, más silvestre que un algarrobo, porque la civilización dominante necesitaba inscribirlo en sus registros para terminar de asimilar la región de Cuyo, Argentina. Por el otro lado nos fuimos encontrando primos españoles, rusos, brasileños, argentinos y españoles gracias al milagro de Internet. Entre todos intentamos reconstruir el árbol, pero siendo ramas arrancadas, parece imposible.
Sabemos que durante la Segunda Guerra Mundial, los más afortunados pudieron exiliarse a los países en los que nacimos. Los que no, murieron en un gulag perdido en Siberia.
No tenemos de ellos ni una triste foto en blanco y negro.
Como mis progenitores pudieron reproducirse entre ellos, concluyo que eran de la misma especie. Sé que a pesar de los siglos de observación y divulgación científica a este respecto, a algunas personas les sorprenderá ese dato, y puede incluso que no se lo crean.
Yo, sin embargo, no puedo hacer menos que rendirme ante la evidencia: llevo todas esas sangres en mi interior, y entre ellas no se rechazan.
(Texto de Daniela Schiriak @danielaschiriak)