José Sbarra es un escritor del que se habla bajito, como del que vende algo ilegal: siempre hay alguien que te aviva de que existe, de que está a tu alcance, y cómo puede ser que hasta ahora no lo conozcas, si seguro después de leerlo no vas a ser el mismo. Todo es cierto, leerlo y recomendarlo es lo más parecido a comprar droga que han hecho conmigo y después, nobleza obliga, hice yo con cada uno de los que pasaron por mis talleres de lectura y escritura. Todos y cada uno se fueron con la recomendación de leerlo, todos y cada uno lo probaron y les gustó, todos y cada uno se lo recomendaron a otra persona sensible y así, como si estuviéramos sacando un tesoro de un pozo tirando de la misma cuerda, José Sbarra llegó a las grandes librerías de Buenos Aires.
No sé si justamente es lo que él hubiera querido, ser mainstream, y que hoy alguien esté escribiendo sobre su vida y obra para una revista de España. Fue un escritor generoso con su literatura que no tenía ningún interés en catalogarse a sí mismo como escritor ni en felicitarse con otros escritores creyéndose una raza superior al resto de la humanidad. Si Sbarra fuera una canción, podríamos decir que fue un tema de Ramones: dos minutos, dos acordes y una letra fácil pero sensible que nadie podría olvidar en la vida.
Elegimos el ejemplar más exótico,
nos enamoramos de su libertad
y empezamos a construirle una jaula
Cuando se habla de literatura argentina bien vista, nunca se lo nombra. Un lector sibarita de esos que necesita demostrar cuánto leyó con otros como él, nunca leería un libro de Sbarra. No es importante tampoco, Sbarra no ha escrito para él, ha escrito para los marginados por feos, por homosexuales, por pobres, para los que creen que van a morir de amor, para los que caminan por las paredes de su cuarto a las tres de la mañana, para los que desayunan nicotina. Ha escrito para el lector que por la razón que sea, tiene el corazón sangrando mientras lo lee.
Nunca llegó a publicar a gran escala durante su vida, nació el 15 de julio bajo el signo de cáncer en 1950 y murió de SIDA en 1996 – sus libros eran demasiado polémicos para la escena literaria de la época: al autor le gustaba moverse entre la dualidad de ser trash y hablar sin eufemismos de cocaína, sexo hard, prostitución masculina y, a la vez, escribir versos maravillosos como “entré sin llamar y descuarticé mis ilusiones”.
Era un incomprendido, y más allá del circuito under en el que se movía, tampoco hubiera vendido un solo libro. Sbarra asustaría a cualquier ama de casa, incluso al día de hoy, en pleno 2021. Debido a esto, decidió autogestionarse sus publicaciones a través de un pequeño sello editorial que creó a tal fin llamado “Ediciones La Rata” en donde publicó libros como ‘Obsesión de Vivir’, ‘Plástico Cruel’ y ‘Marc, La Sucia Rata’. Sus novelas no pueden ser encasilladas debido a que tienen un gran componente poético: puedes leer una historia de principio a fin, es cierto, pero cada palabra elegida, cada renglón del texto es una poesía en sí misma que luego puede disfrutarse también por separado.
Su literatura es ingeniosa y, de verdad, única. Incluso la manera en que ha decidido dividir los capítulos de su novela más popular ‘Plástico Cruel’, con un llamado de atención al lector que refiere: ‘SEÑALES DE TRÁNSITO’, y en cada señal el autor escribe un poema de dos, tres, cinco renglones como máximo para luego continuar con la historia central, hacen de la experiencia de leerlo algo irrepetible.
Su lema era “coger, drogarse y escribir”. Cuando ya la enfermedad que padecía lo dobló, y la experiencia de esos años salvajes que había vivido no podía repetirse, desde su lecho de muerte y con la ayuda de su hermana escribió un libro muy cortito de poemas que se llama ‘El Mal Amor‘, regalándonos la magia de sus palabras hasta con su último aliento.
Si bien escribí todo este artículo sobre José Sbarra, siempre que me preguntan por él me pasa lo mismo que cuando me preguntan por alguien de quien me enamoré: no puedo explicar por qué. El amor hay que vivirlo y a Sbarra hay que leerlo. La recomendación de hacerlo no llegará de las personas más prestigiosas y respetadas sino de sus adictos que quieren que tú también lo experimentes en carne propia. La única droga permitida son sus libros.
Y no obstante
tuve la osadía de continuar
viviendo
y respirando
y haciendo
literatura con cada decepción
Texto de Gisela Monti, Bohemia Librería. @bohemia.libreria / @gisela.monti
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