Hace poco me rompí el dedo gordo del pie izquierdo. Pero esto no va de eso. Esto va de que, como hace poco que me rompí el dedo gordo del pie izquierdo, estuve comentando con unos amigos que me gustaría ir a la playa como parte de mi rehabilitación – tengo la idea de que caminar por la arena me ayudaría a acelerar el proceso de recuperación. Mis amigos opinaron que caminar por este terreno irregular sería demasiado difícil en este momento y que no solo no ayudaría en mi rehabilitación, sino que quizá incluso empeoraría la lesión.
Esta semana comenzaron los Juegos Olímpicos de Tokio. Ayer estábamos pasando el rato entre amigos, con la tele puesta de fondo, y era el turno del voleibol masculino. Nosotros, deportistas hasta la médula todos, no pudimos más que coincidir en nuestra apreciación de que el talento físico de estos hombres que teníamos compitiendo en la pantalla estaba bordeando lo excepcional. La explosividad que demanda el deporte, con tanto cambio de ritmo, de dirección, con tanta parada y explosión, estaba bordeando lo excepcional. Entonces se me ocurrió que, si el voleibol era un deporte exigente, en qué lugar quedaría el volei playa – una variante en la que los competidores han de ejercer el mismo tipo de acciones explosivas pero en un terreno más irregular como es la arena. Todos sabemos lo diferente que es correr en la arena, saltar en la arena. Uno de los miembros del grupo de amigos mencionó que el hecho de que el terreno sea irregular – a diferencia del terreno uniforme de una pista indoor – ejerce indefectiblemente como factor añadido de dificultad.
Y entonces se me planteó
¿En qué momento empezamos a considerar que el terreno que el ser humano ha elegido para sí es, sin lugar a la duda, el más estable ? ¿El más beneficioso para nosotros?
Bosques, praderas, playas, montañas, selvas, pantanos, laderas, valles, acantilados. ¿Dónde en la naturaleza podemos encontrar un suelo uniforme, salvo contadas y anecdóticas excepciones?
¿Hasta donde ha llegado nuestra osadía, nuestra arrogancia, nuestro ensimismamiento, nuestra ignorancia, nuestra tozudez, nuestra profunda y soberana incapacidad para ver las cosas por lo que son?
¿Y si resulta que un terreno irregular – literal, metafórica y simbólicamente hablando – resulta la mejor plataforma de despegue para nosotros – literal, metafórica y simbólicamente hablando ?
Que levante la mano el que alguna vez en su vida haya querido cambiar de entorno cuando se haya sentido cómodo y contento con todo lo que le rodea. Seguiré esperando.
¿Por qué lo que hemos decidido para nosotros mismos tiene que ser lo mejor para nosotros mismos ? ¿Por qué cojones íbamos a tener algo claro en ese sentido? ¿Por qué nos empeñamos en no seguir el camino?
¿Y si tener un pie más alto que el otro en el momento de saltar nos ofrece un mejor leverage, una mejor palanca, un mejor inicio ? ¿Y si la conciencia de nuestro propio desequilibrio es lo único que nos ofrece una posibilidad de salvación?
Vivimos en un mundo que se empeña en que tengas los pies en el suelo, y en una democrática igualdad de condiciones. Ambos pies deben compartir la misma latitud.
Vivimos en una sociedad que se empeña en decirte que estás bien, que es normal, que lo que no es normal es no estar bien. Y entonces, en ese caso, ¿Qué crees que es lo que va a pasar cuando de manera inconsciente identifiques que tanto equilibrio está fastidiando tu sentido de la orientación?
¿Qué crees que es lo que va a pasar cuando te toque comprobar de primera mano, de manera explícita o inconsciente, que nada de lo que te han ofrecido te ha aportado gran cosa ? ¿ Y si tener los pies en un terreno estable fue la mayor traba para tu movimiento, para tu avance, para tu capacidad para ser consciente de tus desequilibrios ?
Nos hemos acostumbrado a modificar las reglas del juego hasta el punto en que más nos beneficie. Nos hemos hecho expertos en hacer trampa a la vida. O en intentarlo, porque todavía no hemos conseguido salir airosos de tal osadía.
No busques el equilibrio, no busques el meridiano. No busques el terreno firme y uniforme. No busques la solución. La vida no va de eso. Y si no me crees, tiempo al tiempo.
Algunas personas nos mareamos en los barcos, y algunos marineros experimentan mal de tierra cuando llegan a puerto. Toda adaptación viene aparejada de un mal rato. Toda experiencia viene acompañada de un dolor.
Hace poco me rompí el dedo gordo del pie izquierdo.