El final del cuento de Andersen es tristísimo, pero también me lo parece la versión de Disney.
Nadie piensa en cuánto tiempo será feliz Ariel en el mundo exterior (que igual la habría cansado en un ratito), ni todo lo que deja atrás para conseguir al príncipe.
Hay una sirenita buena y después está el resto, que no renuncia a su naturaleza
que en el último momento elige recuperar su voz y no se convierte en espuma de mar por nadie
que se deja el pelo largo
se lo adorna con caracolas y corales
que lleva el torso desnudo porque vive bajo las leyes del mar y en él no hay motivos para taparse.
Dicen que de sus bocas solo salen hechizos
¿Y si se limitan a cantar por gusto y los hombres, persiguiendo sus voces sin mirar por dónde, se ahogan solitos?
¿Es la desconfianza por la parte pez, o por la de mujer que no se ofrece en sacrificio?
¿Qué opinarían estos seres mitológicos de que nos consideremos de Marte y de Venus siendo todos terrícolas y humanos?
¿Y de que las traigamos al siglo XXI a ellas, y a la equivocación primigenia de considerar opuesto lo complementario?
Texto de Daniela Schiriak (@danielaschiriak)