Con voz propia

Guapa

A mi abuela no le gustaban nada las mujeres con los labios pintados, ni las chicas que se dejaban besar en los portales, ni las actrices de su época, exceptuando a Vivien Leigh, que vete tú a saber cómo pasó todos los filtros que tenía para condenar a sus congéneres.

Yo también le dejé de gustar hacia mis 6 años. 

Me llamaba ‘la reina‘, en tono de burla.

Aprendí a defenderme pronto, porque ya por entonces no consentía que me pisaran ni sabía callarme.

Así, aunque llevara las de perder, sentía muy a menudo que había ganado.

Creo que lo que más le molestaba era mi capacidad para identificar lo que estaba mal, y la nula predisposición para venerar gratuitamente a nadie por ser más viejo. Eso se tradujo en una persecución, creo que inconsciente, para demostrarme que no tenía nada de especial, ni merecía más que el trato que me daba.

Que los talentos artísticos no llevaban a ninguna parte, y la belleza era efímera e indigna. 

En cuanto nos fuimos de su casa evité todo contacto.

No sé hasta qué punto se notaba que jamás me le acercaba en las reuniones familiares.

Ella se fue deteriorando por el alcohol y los años, pero su voz estaba intacta, llamándome ‘la reina’ cuando me empezaba a gustar quién era, o deseaba algo mejor.

En los lugares pequeños, esa función de ponerte en tu sitio se la toma muy a pecho la sociedad al completo, pobre de ti si te da por destacar en algo o diferenciarte un poquito. 

Hay personas que huyen a las ciudades para descubrir que pasa en todos lados.

He notado que, a veces, guapa es una acusación de privilegio para desmerecer el esfuerzo, del calibre de rubia cuando lo que se quiere decir es tonta.

Y esos mensajes nos calan, sobre todo cuando todavía no sabemos nada, pero también cuando estamos de vuelta.

Hasta que abrimos los ojos.

Y cerramos los oídos. 

Qué bonito el silencio que se crea cuando aprendemos a reconocer y a callar todas las voces que no son la nuestra. 

Texto de Daniela Schiriak (@danielaschiriak)

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