Con voz propia

Males heredables

Toda la vida he pensado que parir es vulgar, decidir ser madre, lo fácil.

Conozco a tantas personas que ni se lo piensan… Entra en la programación. Yo, sin embargo no estoy tan segura de tener derecho a traer a uno más, con todos los que somos.

En mi familia las mujeres de la generación anterior tuvieron muchos hijos, y después les tocó elegir entre darles de comer y atenderlos. Digo las mujeres porque los hombres fueron desapareciendo. Y casi mejor en la mayoría de los casos.  

Tampoco estoy muy segura de si soy capaz de soportar el agotamiento de ser un ejemplo moral, de sonreír el día que me regalen una batidora por mi cumpleaños y me convierta oficialmente en electrodoméstico, de ser casa en lugar de morarla.

Me aterra transmitirle a un inocente males heredables como las enfermedades que todavía no sé si voy a tener, la pobreza o la propensión a las adicciones de algún que otro antepasado que recuerdo sin un ápice de nostalgia. 

La maternidad tiene mucho de renuncia, de juegos a los que ya no vas a jugar para que pueda jugar otro. De olvidar la última estrofa de Bohemian Rhapsody porque en algún momento entre la concepción y el parto todo empieza a importar. 

Tengo tropecientos quistes en los ovarios que no impidieron la fecundación. El shock me duró una semana durante la cual me observé a mí misma y entendí el cansancio que me preocupaba últimamente, la sensación en el estómago más parecida al dolor y a la rabia que al apetito. También lo examiné a él, que no se parece en absolutamente nada a mi padre ni a mi abuelo, que sabe lo que es cuidar de otro ser y asumir responsabilidades. Que nunca grita. Bebe moderadamente en muy contadas ocasiones. No toma drogas, ni apuesta.

Mi igual, al que le gusta dormirse mientras le hago la cuchara y que lo primero que hace por las mañanas es sonreírme.

Que camina de mi mano y quiere presentarme a todo el mundo porque dice que una vez se me pasa la frialdad inicial con los desconocidos caigo genial, que la gente se interesa por lo que digo, y eso le encanta.

Que sabe cuando estoy pensando en algo triste o tengo ganas de caminar por la ciudad.

Y sí, todas estas cosas son las importantes y las únicas que me podían convencer de que saldríamos adelante, y hasta puede que continuásemos siendo muy felices. Ya había comprobado a saltos muchas veces la resistencia de los cimientos de la vida que construíamos juntos.

Empecé a intentar imaginar cómo sería la mezcla de los dos, a  desear que tuviera sus ojos y su pelo negro. Leímos mucho sobre criar con salud mental, porque nuestro embrión se convertiría en el mejor humano posible. Nada de móviles, videojuegos o afectos forzados. Sí a las manualidades, la tolerancia a la frustración, el arte y los deportes.

Hice follow a varias cuentas de Instagram sobre la violencia obstétrica, por si acaso. Y fui relativizando la posibilidad de las estrías.

De repente, en la novena semana, sangré. 

Hay un montón de fotos instantáneas en el marco de mi espejo, de nosotros con amigos, de nuestros perros y hermanos.

Y en el centro mi reflejo intacto.

La piel brillante y más hidratada que en toda mi vida por la Nivea con aceite de almendras. El pecho que me asomó a los 13, y digo asomó porque quedó en eso, como si hubiera soñado el dolor que durante más de 2 meses, no me dejó dormir boca abajo.

Las extremidades fuertes por los años de ejercicio, la cintura estrecha. No se me ve el vacío sobre el monte de venus, ni el silencio en la garganta porque de esto apenas se habla, o quizás soy yo que todavía no he encontrado las palabras.

Mis amigas están orgullosas de mí porque me consideran muy positiva, pero tengo mis momentos y me autoconvenzo en todos ellos de que son legítimos, porque ya se sabe, entre un 10 y un 25% de los embarazos acaban en aborto espontáneo, y sigues siendo fértil, y es un ensayo que hace tu cuerpo, y blablablá.

Me pongo un pijama y me siento a su lado en el sofá. En la mesilla de centro se yergue la única planta de la  casa, que compré para darle buena impresión a ese ser que no fue.  

-Creo que el aloe ha crecido.-le digo- ¿eso es que está a gusto, no? No todo se nos muere. 

-Pues claro que no.- contesta y sonríe así. Y lo quiero. 

Me besa.

Por un instante mi lujuria se avergüenza de sí misma.

Después volvemos a ser nosotros dos. 

Y está bien.

Texto de Daniela Schiriak (@danielaschiriak)

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