El sexo se puede relacionar con el placer, el deseo, el amor, la intimidad, lo divino, el cariño y un largo etcétera de epítetos que embellecen una práctica humana y divina (si, los dioses también follan y son bastante fetichistas de lo humano) que nos desnuda física y mentalmente. Pero, el sexo también es poder. Las prácticas sexuales son relaciones de poder entre dos o más individuos. Michel Foucault en su Historia sobre la sexualidad explica los procesos y cambios en la comprensión de nuestros cuerpos y en la manera de dar y darnos placer, y cómo el poder modifica y transforma la concepción que tenemos sobre el deseo. Diferentes poderes a lo largo de la historia han decretado por ley o violencia, y la mayoría de las veces por ambos métodos, lo que debemos desear y cómo debemos desearnos.
Donatien-Alphonse-François de Sade, comúnmente conocido como el Marqués de Sade, pasó casi toda su vida en la cárcel por lo que escribió. La mayoría de sus obras tratan sobre el poder, las prácticas sexuales y la hipocresía de aquellos que mandan. Sus escritos fueron publicados en la Francia del siglo XVIII e inicios del siglo XIX. Quizá, su obra más famosa sea Las 120 jornadas de Sodoma, que tiene una adaptación cinematográfica de Pier Paolo Pasolini altamente recomendable. Pero, hoy vamos hablar de otra obra menos famosa: Justina o Los infortunios de la virtud.
Publicada en 1791, Justina cuenta la vida de una muchacha que sufre los infortunios de vivir en un mundo donde la bondad, la moral y el respeto son solo máscaras que ocultan una realidad mucho más cruda. Sade, en esta maravillosa obra, refleja cómo la libertad de los más poderosos provoca que los más pobres sufran en sus propias carnes los frutos del libertinaje. En la obra, el deseo y el egoísmo individual ganan constantemente la batalla contra la razón. No existe humanidad en la obra de Sade. Solo seres humanos que buscan aprovecharse del débil y cumplir sus deseos más perversos.
En los escritos del Marqués encontrareis todo tipo de prácticas sexuales: desde las más livianas (sexo oral, penetración), pasando por las más escatológicas (masturbarse mientras orinan y/o hacen caca encima[1]) hasta las que acaban con la muerte, mientras se realiza el acto, de una de las partes (siempre la más débil). Pero, estas prácticas son solo una fachada. Porque el Marqués de Sade, con esta y otras obras, pretende advertirnos sobre los peligros de no cortarle las alas a nuestra libertad. Los poderosos, en las obras de Sade, no solo detentan ese poder, sino que, además, no sufren ninguna consecuencia por sus excesos. No solo mandan, también controlan. Los más débiles, siempre representados como seres inocentes llenos de bondad y virtud, son aquellos que sufren las inclemencias del poder, el control y las ansias de satisfacer unos deseos cada vez más extraños y degradantes. Pero, estos deseos también son una máscara. Porque, lo que más desean los poderosos es ver como su poder se hace realidad. Cómo son capaces de destruir aquello que nos hace humanos sin recibir ningún tipo de castigo. Este deseo primigenio (por llamarlo de alguna manera) se observa en los diálogos que tienen los poderosos entre ellos mientras realizan los actos sexuales.
Hablan de la inutilidad de ser bueno, de cómo la caridad solo sirve para demostrar la superioridad de unos frente a otros, cómo la inocencia debilita o de cómo los pobres son idiotas por creerse una moral impuesta por la Iglesia que ni los propios sacerdotes cumplen (uno de los personajes poderosos pertenece a dicha organización religiosa). Esta separación entre los que tienen el poder y aquellos que lo sufren, representa una dicotomía entre el mundo de las ideas y el mundo material. Aquellos que mandan representan la riqueza, la fuerza, el deseo físico, el utilitarismo individual egoísta. Mientras que aquellos que sufren representan la bondad, la virtud, la inocencia, la divinidad, todo tipo de valores alejados de la realidad mundana y perversa en la que realmente viven. Esta separación nos da otra pista de los cimientos filosóficos de la obra de Sade: si el mundo de las ideas se convierte en una mascarada donde todas las personas aparentan preocuparse por los valores ideales que embellecen a la humanidad pero nadie los practica, entonces el mundo caerá en el desastre de la satisfacción inmediata y la ley natural del más fuerte. Porque Sade, como lo hizo con anterioridad Hobbes, comprende que solo un pacto entre iguales podrá salvar al ser humano de la barbarie que nos ofrece la ley de la naturaleza.
Sade comprendió hace tiempo que la libertad total es simplemente la libertad del más fuerte y pagó ese conocimiento con su propia libertad. Justina no es más que la representación de un mundo sin gobierno, sin ley, donde por dinero o violencia puedes conseguir lo que más deseas. Donde la vida de un ser humano tiene valor material. Por eso, y he dejado este aspecto expresamente para el final, la obra del Marqués de Sade no es pornográfica, sino que es completamente filosófica. Representa, quizá, la última batalla entre los buenos y los malos. Entre aquellos que luchan por un mundo mejor basándose en los valores que nos convierten en humanos y aquellos que luchan por mejorar su propia situación en el mundo sin importar las consecuencias que esto pueda tener en los demás. Sade propone que matemos el deseo frente a la virtud. Pero, no se trata de no desear, sino de huir de aquellos deseos fugaces que provocan una satisfacción inmediata y, una vez satisfechos, un vacío inconmensurable en nuestro corazón.
Es difícil no desanimarse cuando el consumo es el principal motor del mundo. Hemos basado nuestro bienestar en el deseo inmediato y poco reconfortante. Me temo que ya no quedan Justinas y los poderosos ya no tienen que esconderse en sus castillos para hacer todo tipo de fechorías. Sade pasó casi toda su vida dentro de una fría cárcel. Y nosotros también.
1 Este tipo de prácticas están a la orden del día. Si no, vean como distinguidos jeques de Dubái pagan a famosas instagramers (denominadas “porta potties”) cantidades ingentes de dinero para realizar actos y prácticas sexuales infames. Parece que el Marqués de Sade no iba nada desencaminado.
Texto de Andrei Cristian Medeleanu – Let’s Read About It. @lets.readaboutit