Vivimos rodeados de cámaras. Nuestra existencia es telegrafiada, fotografiada, filmada y guardada en la memoria de cientos de servidores. Nos hemos expuesto tanto que podemos afirmar, sin miedo a parecer exagerados, que tenemos un segundo yo encerrado en múltiples maquinas que necesitan una alta refrigeración y mucho espacio.
Las cámaras nos cohíben, exponen nuestro ser social y convierten su realidad en una escena de teatro, en un plató de televisión. El filósofo Guy Debord en La sociedad del espectáculo (1967) y en los Comentarios sobre la sociedad del espectáculo (1988), donde amplia y clarifica su obra anterior, expone, con cierta clarividencia y acierto, los procesos y cambios que han convertido los espacios públicos y privados (incluso el espacio de nuestro propio yo) en escenarios donde siempre el show must go on.
La atención y la grabación constante de esa atención amplifican y modifican las acciones que realizamos. Ya no basta con que nuestro cuerpo aparezca delante de la cámara, sino que debe hacer algo, y ese algo debe ser explosivo, diferente, alejado de lo normal. Debe sorprender a quien lo observa. El espectáculo funciona a través de lo artificioso. Se trata de llenar el vacío (literal) que nuestros cuerpos (es decir, la materialización de nuestra existencia) dejan en los encuadres y las imágenes grabadas por las cámaras. Para conseguir que cada imagen sea diferente y pueda sorprender se recurre a lo estético, a la deformación de la realidad, para crear otra realidad estetizada (también hechizada) que nos mantenga pegados (hechizados) a ella.
Por eso, la normalidad no interesa. Las cámaras dirigen su atención a erupciones volcánicas, streamers, bailes en Tik Tok…Incluso los títulos de los videos en YouTube deben tener clickbaitª para llamar la atención – incluso el medio donde el espectáculo aparenta ser más serio (el periodismo) necesita de la misma técnica para conseguir que sus noticias (espectaculares) sean leídas. Nadie puede escapar al espectáculo. Pero, ¿para qué sirve el espectáculo? ¿Por qué no nos aburrimos de la constante obra que se nos representa y que representamos a los demás? ¿Qué tiene de malo vivir en una sociedad del espectáculo?
Guy Debord nos ofrece una interesante respuesta: no debemos fijarnos en el espectáculo que se nos presenta sino en qué es lo que ese espectáculo trata de esconder. La sociedad del espectáculo esconde otro tipo de sociedad más aburrida y problemática. El espectáculo hace el papel de una pantalla, de un velo, de unos anteojos que nos ponemos para obviar lo real. Sirve para crear un mundo donde lo negativo no existe, una realidad sin contraste, llana, sin exabruptos, homogénea. Un lugar previsible porque el espectáculo debe ser previsible para funcionar. En el espectáculo incluso la sorpresa que nos produce lo inesperado forma parte del guión, es algo pactado, se sabe de antemano. En realidad no hay sorpresas, como no las puede haber en un plató de televisión, como no las puede haber en una escena de teatro. En la sociedad del espectáculo dejamos de ser individuos para convertirnos en actores figurantes que esperan con ansia convertirse en protagonistas. Todos esperamos nuestro momento de gloria y deseamos que ese momento dure para siempre. Pero todas las estrellas se apagan o se estrellan contra el suelo.
Lo que oculta el espectáculo es la desgracia, la precariedad, el malestar, lo deforme, lo feo. El espectáculo trastoca lo único, lo allana, lo expone y lo convierte en un cliché. Toda originalidad desaparece porque el espectáculo vacía de significados cualquier obra y acción, solo es capaz de exponer a los individuos como objetos en un escaparate donde se venden a cambio de atención. El amor también se espectaculariza. Programas como La isla de las tentaciones o Adán y Eva convierten al amor en un producto que debe ser consumido. Un producto que para ser masivamente comprado debe ser masivamente aceptado. Es decir, debe huir de todo tipo de originalidad y unicidad.
El espectáculo nos impide reflexionar. El tiempo del espectáculo es permanente y continuo. Debe ocurrir siempre y constantemente. En el espectáculo no puede existir el silencio y la pausa. Esta estimulación constante nos ciega, nos imposibilita ver, nos mantiene pegados a la imagen sin significado. Nos impide ver el fondo porque la imagen es plana, carece de profundidad. Cuando actuamos dejamos de tener sentido. Aquellos que nos miran son quienes deciden quiénes somos. La imagen no significa nada por sí misma, son los ojos que la observan los que la significan.
La tecnología y la rápida transmisión de la información nos impiden escapar al espectáculo. Estamos imbuidos en sus procesos e incluso, a veces, dudo que sepamos de la existencia de otra realidad diferente. No sabría decir si hay espacios realmente alejados del espectáculo. Espacios donde no existe lo asombroso, donde no hay magia, donde todo es anodino y aburrido. Espacios donde podamos ver el fondo y reflexionar, pensar, sentir más allá de la imagen y de la estética. Ahora todo se observa a través de una pantalla. Usted lee esto a través de una pantalla. Este artículo también es un espectáculo. Una imagen sin fondo. Un estímulo constante formado por palabras. Cada frase que escribo está pensada para mantenerle enganchado y conseguir su atención. No debe descubrir nunca la verdad. The show must go on …
1 El clickbait (o «cebo de clics») es una técnica de redacción que consiste en crear encabezados y descripciones sensacionalistas en un enlace. Su fin es atraer a los visitantes e incitarlos a dar clic para que abran ese contenido y, de esta manera, conseguir visitas y con ello más ingresos.
Texto de Andrei Cristian Medeleanu – Let’s Read About It. @lets.readaboutit