Música para tus oídos

Lo que hemos creado, lo que nos han robado, lo que nos han devuelto (primera parte)

En la última década, el hip-hop ha experimentado un crecimiento masivo a lo largo y ancho del globo. Aquellos con la edad y los galones suficientes recordarán como, hace no tanto, el rap y la cultura hip-hop no ocupaban precisamente un lugar de privilegio dentro del espectro cultural y musical del gran público. No sólo no ocupaban este espacio, sino que eran rutinariamente demonizados por medios de comunicación y ciudadanos de a pie a partes iguales.

Pero todo esto ha cambiado. Y como decimos, en poco tiempo. Hoy por hoy, el rap es pop. La cultura hip-hop, es pop. O lo que queda de ella. Porque no es lo mismo, señores míos, lo que hemos creado (o lo que otros que vinieron antes que nosotros crearon, si queremos ser justos – pero me tomo la licencia anyway), que lo que hoy en día tenemos. Si usted es un purista de esto, ya sabe a lo que me refiero. Y si no lo es pero le interesa, pase, pase, que yo se lo explico.

¿Qué ha tenido que pasar para que una tendencia musical tradicionalmente sin espacio alguno en las principales emisoras y outlets mediáticos haya ascendido de una manera tan meteórica en los rankings de popularidad y aceptación general ? ¿Quién no recuerda los tiempos en los que era totalmente impensable escuchar un poco de rap por la radio? Al menos en España, pero pongo la mano en el fuego por que este fenómeno era replicado en la amplia mayoría de sociedades. No hace tanto, ¿a que no? En definitiva – ¿Cómo hemos pasado del ostracismo más absoluto a ser parte integral y principal de la cultura pop y del engranaje mediático occidental ?

Para siquiera llegar a una posición desde la que plantear estas cuestiones, primero debemos entender el origen de todo.

Lo que hemos creado

Bronx, New York City. Años 70. La reciente oleada de violencia en los principales clubs y salas de fiesta de la zona a manos de pandillas enfrentadas se convierte en rutina, y obliga a encontrar a aquellos deseosos de un poco de alegría nuevas maneras de pasarlo bien de forma más o menos segura. Desde principios de la década, la búsqueda de espacios íntimos donde desarrollar la fiesta había favorecido la proliferación de block parties o fiestas de bloque/barrio. Estas fiestas representaban un oasis dentro del salvaje entorno del Bronx, ofreciendo la posibilidad de pasar un buen rato y desconectar de la desagradable realidad de la zona.

11 de agosto, 1973. 1520 Sedgwick Avenue, Bronx, New York. Dj Kool Herc está a los platos. El motivo de la fiesta es la celebración del cumple de su hermana. Más todo lo arriba mencionado. Además de una oportunidad de hacer algo de pasta. El MC y DJ toma el control de la música, y tras un comienzo suave con un poco de reggae (no muy bien recibido, por cierto – no está el horno para bollos), empieza a pinchar temas de funk y soul. Pero del bueno. James Brown, The Incredible Bongo Band, The Isley Brothers, Yellow Sunshine. Pero, esta vez, tiene algo de especial. Herc y su colega Coke La Rock hablan sobre las canciones que pincha, sobre el break, o las partes en las que la base suena sola. Animan a la gente, o simplemente hacen shoutouts a ritmo con la música.

Además y sobre todo, Herc alarga el break de la canción, e inventa la innovadora técnica de Merry-Go-Round. En el primer caso, Herc había notado que el público acostumbra a disfrutar y bailar más animadamente durante el break, o la parte de la canción en que el cantante finaliza de cantar, y la base sigue sonando un poco más, por lo que decide alargarlo, hasta el punto de montar la fiesta en torno al beat y no a las letras de la canción y su estructura tradicional. El segundo caso hace referencia a la manera en que Herc comienza a mezclar el final de una canción con el comienzo de la siguiente de una manera fluida, eligiendo cuidadosamente las canciones de antemano para que el tempo del beat corresponda, en una demostración primigenia de lo que hoy en día se denomina como una sesión. Señoras y señores, habemus Hip-Hop.

La nueva manera de hacer las cosas en el distrito neoyorquino pronto se extiende de manera infecciosa por todo el país de la mano de la comunidad afroamericana, desarrollando a su vez diferentes estilos en las diversas regiones que coloniza a su paso. Con las aportaciones de Kool Herc y otros tantos pioneros de los primeros estadios de la escena, la beatificación del beat es completa. Los MCs, o Maestros de Ceremonia, comienzan a jugar un papel cada vez mayor dentro del esquema de las fiestas y la onda de la cultura, hablando sobre la base con estilo y animando al público con energía y creatividad, en una demostración primitiva de la figura que pronto evolucionaría para convertirse en el rapero al uso que hoy tan bien conocemos.

De esta manera, el hip hop nace en la zona más deprimida de la capital del mundo, y comienza un largo peregrinaje que le llevará hasta lo más alto de las listas de éxitos pop, que serán luego reproducidas en las habitaciones de estudiantes pijos en campus universitarios de la Ivy League, en discotecas de tres al cuarto, o en anuncios de navidad de Coca-Cola. El hip hop nace como el espacio de desahogo y descanso de una comunidad asfixiada y oprimida. De manera muy similar al nacimiento y auge del jazz, el hip hop es uno de los escasos fenómenos culturales endémicamente norteamericanos – y, al igual que en el ejemplo del jazz, este hito se debe en su totalidad a la comunidad afroamericana (vale, quizá con un poquitito de ayuda puntual de la comunidad latina)

Hay quien decide adoptar una actitud estoica ante la realidad y, por ende, defiende la necesidad de enfrentar adversidad para ser capaz de desarrollar aptitudes y talentos de relevancia y utilidad. No es casualidad, por lo tanto, que haya sido la comunidad negra la principal fuerza motriz detrás de la creación de las únicas expresiones artísticas y culturales de origen estadounidense.

Este nuevo vehículo de expresión fue pronto utilizado para ilustrar el conflicto racial en Estados Unidos, y para abanderar la lucha por los derechos civiles, que había generado una tensión incontenible e insoportable en las décadas de los cincuenta y sesenta. Como expresión propia de la comunidad, el hip hop comienza a denunciar la situación social y política. Grupos y colectivos son formados por individuos involucrados políticamente que desean expresar su descontento – o, mejor dicho, su rabia. Como el punk en el Reino Unido, el hip hop nace de una necesidad de vomitar el hartazgo y la intolerable camisa de fuerza que representa la estructura social y, en el caso americano, el racismo y el clasismo. A diferencia del punk, el hip hop es un movimiento entregado a la batalla y la denuncia, con la intención de generar un cambio. De poner el foco sobre otra parte. Si bien el punk sale expedido con el color de la bilis más negra que provoca en nosotros la opresión, la incertidumbre, la condenada estupidez y la desesperanza, el hip hop es un grito que pretende poner las cosas del revés haciendo temblar los pilares de la indiferencia y la ignorancia.

Public Enemy, A Tribe Called Quest, Run D.M.C. Grupos comprometidos y entregados a la lucha en defensa de las libertades de la comunidad, de los valores culturales del pueblo afroamericano, y de la mejora de su posición social como individuos y como colectivo. Grupos de orientación política e intelectual, y también individuos, como KRS One, Rakim o Eric B. Djs como Afrika Bambaataa o Grandmaster Flash. Todo esto aderezado por grupos de acción política, como los Panteras Negras. La tormenta perfecta.

Claro que no todo era tan serio, hombre. No vamos a pretender aquí que el hip hop fue fundado sobre pilares inmaculados y comedidos. No vamos a mentir diciendo que el hip hop se originó por y para la lucha social. Porque no es verdad. Ese safe place desde el que apoyarse para denunciar la realidad que ha quedado más allá de donde se puede escuchar el beat es sólo uno de los elementos que conforman la identidad original del movimiento. Hay mucha más tela que cortar.

La diversión es un elemento fundamental en la cultura hip hop – uno de los que primero perdimos, y uno de los que más estamos echando en falta. El hip hop surgió en una fiesta, en una serie de fiestas, en un entorno que pretendía eludir lo evidente, al menos por un ratito. La gente tiene necesidades básicas. Y pasarlo bien es una de ellas. Y esta necesidad se dispara a cuanto peor lo estés pasando en tu día a día. Es por esto que podemos encontrar las fiestas más divertidas y desmadradas en las comunidades más pobres, corruptas y violentas sobre la faz de la tierra. Es por esto que, incluso, tenemos documentación que prueba que las épocas en las que más juergas desenfrenadas se corre el populacho es en períodos de guerra.

La comunidad afroamericana del Bronx, o de toda la ciudad, o de todo el país, sentía una necesidad imperiosa de disfrutar de espacios de asueto donde olvidar la brecha social. Espacios que, por otra parte, acostumbraban a boicotear ellos mismos, para ser sinceros. De ahí la necesidad de hacerlo íntimo. De hacerlo fraternal. Este espíritu de unión entre iguales que, experimentando lo mismo, han buscado la misma manera de evadirlo o enfrentarlo, permanece hoy en día como factor central en la identidad del hip hop. Desde el principio, el hip hop ha sido una comunidad unida hasta los huesos que acoge y protege a sus miembros, pues es creada por y para sus integrantes, sin la necesidad de estructuras que sostengan lo que evidentemente es una relación simbiótica entre individuos interdependientes.

Y, a vueltas con la diversión, este era el objetivo principal de la peña que estuvo ahí al comienzo. Antes que buscar apoyo, antes que lanzar una voz de alarma, el primer objetivo era pasarlo de puta madre. Cogerte una buena. Por lo civil o por lo criminal. Con las sustancias que la ocasión requiera y/o brinde. El movimiento fue fundado sobre la necesidad de divertirse, y, durante gran parte de su recorrido, esta necesidad no vio motivo para transformarse. Hasta que, en la década de los noventa, nuevos discursos comienzan a desbancar a los viejos.

Una mesa apoyada sobre dos soportes no suele ser muy sólida, pero con dos patas tan robustas como son la necesidad de divertirse y la voluntad de trascender tu realidad y cambiar tu espacio, el hip hop experimentó un tranquilo crecimiento que, sin embargo, no tardaría más que una década en divergir de su recorrido inicial. Si bien inicialmente el hip hop pretende poner la atención sobre sus problemas diana, este uso pacífico del espacio mediático pronto gira hacia una tendencia más reivindicativa e intensa. De la queja se pasa a la denuncia, y de la denuncia a la exigencia. La paciencia de una comunidad se agota y, espoleada por sus nuevas capacidades, ocupa a la fuerza un espacio cada vez mayor en la cultura popular. Los integrantes del movimiento hacen gala de un comportamiento cada vez más egocéntrico, en un desarrollo natural desde la posición de reclamación del principio.

De los complejos y la sensación de culpabilidad impuesta tanto externa como internamente, se avanza hasta la confianza, se exagera hasta el orgullo, y se acaba perdiendo el hilo cuando llegamos a la voluntad de presumir, alardear y destacar. De resaltar y brillar. Apoyados sobre orígenes modestos, los nuevos logros se celebran de manera pomposa y arrogante, y pronto se pasa a la violencia y la competitividad de la que se pretendía huir en un principio.

La década de los noventa es testigo de un marcado cambio de actitud en el movimiento. Ya no hay mucho espacio para reclamar, ni siquiera para exigir. El hip hop toma el control. Pero, más allá de los elementos desviados, sigue habiendo cabida para la expresión consciente. El problema es lo que el establishment, a través de los medios, está interesado en cortar de raíz – el crecimiento de un fenómeno social de incalculable valor para una inmensa variedad de causas. Comienza aquí la guerra por robarnos lo que hemos creado.

Texto de Tarek Morales

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