Podríamos sentarnos en un banco de una estación de tren envejecida, por la falta de recursos de una administración públicamente corrupta, y esperar a Godot1 mientras nos preguntamos cuántas horas llevamos esperando y si merece la pena una espera existencialmente absurda como esa. Podríamos acercarnos a las vías del tren y observar la fría seducción del último paso de nuestra vida y la absurda existencia de un acto, el de caer, que significaría nuestra muerte.
Al otro lado de las vías tendríamos a Albert Camus, que se levantaría y nos tiraría La peste a la cara. Nos diría, en un francés africanizado: ¡Idiota, lo absurdo no lleva a la muerte sino al placer de la existencia! Y, claro, uno se quedaría perplejo ante tamaña aseveración. Nadie nos dijo que el existencialismo es una afirmación por la vida y no un canto a la muerte. Bueno, sí que se ha dicho muchas veces, pero las buenas noticias no ocupan titulares. Siempre la belleza de lo trágico nos seduce más que la belleza de lo bello. Supongo que la imagen de un cadáver atropellado por un tren produce en nosotros una atracción religiosa y mística, inexplicable.
En La peste, Albert Camus no habla de trenes pero sí de cadáveres, del significado de nuestra existencia y de lo absurda que es, a veces, la vida. Su tono es pesimista porque la situación que describe lo es. Una ciudad sitiada por una enfermedad (la peste) que provoca que las personas que antes tenían un sentido dejen de tenerlo. Describe un momento excepcional, donde las vidas se rompen y todo lo construido deja de tener sentido. Los sueños y los proyectos de vida (estudiar, pedirle salir a esa persona que te gusta, casarte, comprarte una casa…) se han roto, son totalmente absurdos.
En parte, debido a la pandemia, muchas personas han sentido lo mismo. Han observado cómo su existencia dejaba de tener un rumbo fijo, cómo aquello que pensaban que sería inmutable ha mutado, cómo su mundo se ha movido2 (y eso, según Stephen King, no presagia nada bueno). Pero La peste es, incluso, más profunda y agobiante. Nosotros hemos tenido la “suerte” de sufrir una pandemia mundial: todos hemos sido o seremos pecadores. Mientras que en la novela la “enfermedad” se circunscribe a una ciudad que se encuentra confinada: los enfermos son una mancha negra en un mundo sano. Las personas encerradas por la peste observan la existencia “sana” al otro lado de la frontera. Tienen un punto de comparación: al otro lado de los barrotes las personas existen, dentro de la cárcel todos son prisioneros. En su mundo conviven dos existencias: una que es y otra que deja de serlo. Esta división produce un gran desasosiego en los prisioneros. Observan tras los barrotes como otros existen tal como ellos antes existían: sin pensar en su propia existencia.
Camus nos pasea por la ciudad enferma y nos enseña, como si fuese un escaparte de unos grandes almacenes, los estragos que la peste ha provocado en la vida de las personas. Las historias que nos presenta son tristes, duras, anticipan un final trágico. El autor utiliza una óptica realista poco edulcorada para explicarnos las diferentes situaciones que acontecen. Eso produce, en quien lee la novela, un pesimismo atronador. Una desidia infernal. Una existencia vacía. No aparece por ningún lado un canto a la vida, una sonrisa de alivio, un abrazo cariñoso. Pero, tampoco aparece un canto a la muerte, una rendición colectiva, un suicidio en masa. Y eso es lo importante: a pesar de la desesperación de la existencia aún deseamos existir. Nadie desea tirarse a las vías del tren.
La novela es tan agobiante y triste que no nos damos cuenta de que la falta de sentido positivo no significa un aumento del sentido negativo. A pesar de encontrarse encerradas y sufrir una grave enfermedad, las personas ansían vivir y encontrar su camino. Quieren creer, y mantienen la esperanza. Por eso, el existencialismo nos habla de cómo ante la absurda existencia del ser humano se abre paso la, aún más absurda, fe y esperanza en encontrar un nuevo camino hacia la salvación. Y no se trata de un síntoma religioso (la religión ante la irremediable muerte deja de tener sentido), se trata de un síntoma de supervivencia. Una especie de credo ateísta de la existencia. Un humanismo exacerbado, un entendimiento completo de la realidad que nos rodea.
Camus nos acerca a una cruda realidad, llevada casi al límite, para demostrarnos que incluso allí existe la vida. Pinta un mundo desolado y pesimista. Pero nunca triste. En la novela no existe la rendición. Las personas mueren pero no se rinden ante la muerte, sufren pero no se rinden ante el sufrimiento. Lloran pero ni siquiera piensan en levantarse del banco para acercarse a las vías del tren. Siguen esperando. Siguen viviendo a pesar de todo.
En definitiva, este canto a la vida es más bien una rebelión del hombre frente a su propia existencia. Es una forma clara de decir ¡Basta! y tomar las riendas de nuestro propio destino. Es la manera que siempre hemos tenido de pensar y hacer las cosas: después de la tempestad siempre viene la calma. Después de la enfermedad siempre llega la cura. No pasa nada si pierdes este tren que ya vendrá otro. Tenemos la absurda creencia de que no tendremos fin. Para nosotros no existe un final. Suena estúpido pero no deberíamos culparnos por pensar de esta manera. Porque si nuestra vida es absurda también lo es nuestra muerte. Yo prefiero seguir sentado en el banco antes que tirarme a las vías del tren. Sería de mala educación hacer esperar a Godot.
1 Referencia a la obra teatral Esperando a Godot de Samuel Beckett
2 Referencia a la saga La torre oscura escrita por Stephen King
Texto de Andrei Cristian Medeleanu – Let’s Read About It. @lets.readaboutit