Barrio de las letras Terreno Político

Antonio Escohotado, o el problema con los visionarios

Es la noticia de la semana. El mundo de la cultura está de luto. Antonio Escohotado fallecía antes de ayer, el día 21 de noviembre, en Ibiza y rodeado de su familia. Como es común (y como es procedente) la prensa y las redes (nosotros incluidos, oiga) se han apresurado a compartir sus notas y referencias a la trágica pérdida sufrida por el mundo de la filosofía y las letras en castellano.

Pero, cabe preguntarse. ¿Es acaso apropiado llenarse la boca con las palabras y hazañas de este erudito del conocimiento en España a cuenta única del renovado relumbre que concede a su visión la muerte? ¿Por qué hay que esperar hasta que es demasiado tarde para mostrar la apreciación que siempre fue merecida? ¿No estuvo la oportunidad siempre ahí ?

Suena familiar, ¿no?

La fórmula se suele repetir. Muerte de personaje célebre = oportunidad para publicaciones de diversa índole de cubrir y abarcar el suceso. Toca compartirlo con sus seguidores. Mostrar una faceta humana dentro de lo que es, en la amplia mayoría de los casos, un vago intento por romper el algoritmo y generar mayor atención hacia tu contenido.

But don’t get me wrong. Ya se especifica al comienzo del texto que esta costumbre, si bien profundamente arraigada en la naturaleza humana (hablo de la tendencia a conceder valor a algo sólo cuando ese algo ya no es accesible en la práctica. Y entiéndase por algo a todo lo que se encuentra dentro del abanico que cubre desde un ser querido hasta una puta tetera) no va desencaminada en la mayoría de los casos. A buen seguro no está equivocada en este.

Antonio Escohotado nació en 1941 en Madrid. Tras una infancia en Brasil, dio sus primeros pasos en el mundo del bla bla bla …

¿Para qué seguir ? ¿Qué hay del legado de Antonio Escohotado que no sea hoy universalmente accesible ? ¿Qué nos impedía, en el caso de tener el más mínimo interés, lanzarnos de lleno a devorar algunas de sus obras? ¿ Elegir una pieza entre su vasta veintena de libros publicados ? ¿ Sentarnos y pegar bien el oído a cualquiera de sus charlas y divagaciones? ¿ Esas mismas que siguió compartiendo con nosotros hasta el final de sus días ?

¿Acaso no estamos ante un filosofo totalmente llano, que hizo de la transmisión de conocimiento una experiencia amena e despreocupada, a través de cualquiera que fuese el vehículo que eligiera para plantear sus dudas y sus certezas, sus conclusiones y sus propuestas, sus afirmaciones, sus triunfos y fracasos, su verdad ?

Todo lo que vale la pena es ahora. Ya. Y todo lo que vale la pena es lo contrario de nuestro ombligo. El otro. La inmensidad de lo desconocido

¿Acaso no estuvo siempre ahí la información detallada sobre los usos e influjos de una cantidad ingente de sustancias? Esas que el bueno de Escohotado se ofreció, humildemente y sin que nadie se lo pidiera, a probar, para luego contarnos a todos qué tal. Claro que luego fuimos nosotros y nos lanzamos a realizar nuestra propia investigación de primera mano.

¿No estaba ahí después? La Historia general de las drogas es mucho más que un nombre golfo y con mucho gancho. Estamos ante una de esas obras que, como el vino bien almacenado, se revalorizará generación tras generación.

Pero no debemos caer en el gimmick de enunciar sólo su vertiente más gamberra. El espíritu de la comediaCaos y OrdenMi Ibiza privada. Un legado de compromiso político e ideológico. Compromiso con sus propios valores, sean cuales fueran y al margen de nuestra consideración al respecto. Compromiso con su estilo de vida y su manera de entender el mundo. ¿Acaso no estuvo todo esto siempre a nuestro alcance?

La respuesta a todas estas cuestiones es obvia. Pero la explicación a nuestra tendencia innata a subestimar lo que tenemos, pese a ser capaces de comprender las potenciales repercusiones de este acto, resulta un tanto más compleja. En cualquier caso, en estos escasos dos días desde la muerte de uno de los más grandes genios de la historia reciente de España hemos sido testigos de los primeros estadios de un proceso de canonización social. De auténtica transcendencia hacia la leyenda.

La muerte de Antonio Escohotado, el hombre, es, a su vez, el nacimiento de Antonio Escohotado, el mito. El referente. El símbolo. Este es el problema con los visionarios.

Por definición (y que conste que no tengo ni puta idea, y menos interés todavía, en saber cuál es la definición exacta), un visionario es alguien con una capacidad para ver cosas más allá, o de distinto color, de lo/a lo que el grueso de sus contemporáneos puede apuntar la mirada. Son individuos capaces de encontrar nuevas soluciones a problemas antiguos. O, incluso, de plantear nuevos problemas. En resumen, son compases del cambio que marcan el devenir de la historia.

Pero en la literatura encontraremos cómo, en la mayoría de los casos, e independientemente del campo de dominio de la figura en cuestión, estamos ante individuos incomprendidos o, en el peor de los casos, ignorados por la mayoría. Al menos en un sentido meritocrático.

Lo distintivo del estoico es dedicar su vida a merecer una propia estima, cosa tan valiosa sí consta a otros como si no. El ajeno a la virtud protagoniza una autoimportancia anclada al reconocimiento, pero desentendida del mérito

La respuesta al por qué de este fenómeno también tiene su aquel. Vamos a imaginar una habitación ocupada por diez compañeros de trabajo. Todos deben trabajar juntos para encontrar la salida a un problema X. Digamos que ocho o nueve de ellos apuestan por una ruta, mientras que uno o dos individuos son capaces de reconocer los problemas inherentes a esa decisión y, además, de proponer una alternativa.

A todos nos gustaría pensar que el entorno laboral es un espacio donde la consecución de objetivos se antepone a la lucha de egos. O que la sociedad está compuesta en su práctica totalidad por individuos con la flexibilidad mental necesaria para reconocer cuando han vuelto a confundir la izquierda con la derecha sin que ello les suponga un conflicto emocional. Pero todos sabemos cuál es la triste realidad.

Al margen de resultar un ejemplo simple y burdo, creo que el mensaje está claro. Es difícil adoptar, construir, comunicar y mantener una visión personal autocrítica y, a la vez, orgullosamente defendida, dentro de un espacio social donde la tendencia por defecto es conformarse a la norma impuesta por la mayoría, en una especie de círculo vicioso de la marginalidad.

Es difícil poner a Antonio Escohotado en prime time en Telecinco. Un sábado. No vende. Vende más escuchar a cinco imbéciles hablando de la vida de otros tantos desgraciados. Tiene más tirón ver a cuatro descerebradas de plástico corriendo detrás de cuatro atontados de cartón, o viceversa. Atrae más el deporte, con su desmesurada repercusión. El cine de mierda, con sus estructuras previsibles desde los créditos de inicio. El pseudo debate político, que parece buscar más incentivar el tribalismo que elevar el nivel de la conversación. Pero Antonio Escohotado siempre estuvo ahí.

Los músculos desaparecen al poco de no ser ejercitados – las almas adelgazan al ritmo en que se desligan el ser del hacer

Es difícil para una sociedad apreciar a tótems del conocimiento de manera universal. De lo contrario, no necesitaríamos haber inventado el paraíso, porque ya viviríamos en el. La sociedad capitalista y de consumo es un monstruo de las galletas gigante que se vale de la distracción y el aturdimiento, cimentado sobre la obsesión por los derechos y la premeditada adicción a la dopamina, para mantenernos desocupados e ignorantes de lo que de verdad importa. Y, desde luego, no cuenta con cabida ni voluntad para la promoción de elementos tan libres como Escohotado.

Al margen de lo que uno pudiera llegar a pensar acerca de su vida, sus ideales, o sus posturas políticas o filosóficas, hay una serie de elementos en su legado cuyo reconocimiento debe quedar fuera de todo debate. Y quizá el más llamativo de todos es su voraz libertad para haber consumido su tiempo entre nosotros de la manera en que le vino en gana. En todo momento.

Desde la entrega al placer hedonista bien calculado, hasta el saludable apetito por la cultura y el conocimiento de la más variopinta y aparentemente trivial variedad, Antonio Escohotado fue un tiburón que, a pesar de su enclenque figura, caminó a paso ancho por la vida. En su recorrido, fue dejando una huella imposible de borrar para todo aquel con buen gusto.

Si huyes del esfuerzo, la fuerza huye de ti. Esta ley de la musculatura desespera al indolente, castiga al inconstante y edifica al firme

¿Qué pasará ahora con el recuerdo, la memoria, la figura y la apreciación por Antonio Escohotado? Pues pasará lo que pasa con todos los visionarios.

Sucederá que Antonio Escohotado se convertirá en muerte en lo que nunca nadie puede ser en vida. Sucederá que la repentina toma de conciencia del tesoro súbitamente perdido nos acercará, al menos un poquito más, al buen camino. El de la curiosidad. Sucederá que, como siempre en el caso de la pérdida de nuestros buques insignia, la marcha de Antonio Escohotado nos enfrentará con nuestra propia mortalidad. No como individuos, sino como sociedad.

Y, de la misma forma, nos enfrentará con nuestro legado. Nos fuerza a realizar un análisis de cuál es nuestro legado. Lo que pasará es que las aportaciones que este sabio fue capaz de dejarnos tras una vida entera dedicada a vivir acabarán por conformar parte del cuerpo cultural e identitario de una sociedad entera. Pasará que se editarán documentales, libros, camisetas, banderitas y otras memeces con sus palabras. Antonio Escohotado será, en el mejor de los casos, reconocido de una manera tal que su memoria, que su vida, no será perdida.

Antonio Escohotado nos deja, y nos quedamos un poco más desprotegidos, si cabe, ante las inclemencias de la vida. Hace unos años nos dejaba José Luis Sampedro, y se esparcía entonces por el mundo de la cultura un nefasto aroma que, sin embargo, despierta sentimientos encontrados. Sentimientos de tristeza pero también de júbilo. De pérdida pero también de ganancia. De derrota, pero sobre todo de victoria.

Esta semana el aroma es el mismo, y nos sentimos igual. El mundo de la cultura está de luto. Pero, de la misma forma que la temporada de lluvias anuncia cosechas abundantes, no podemos sino dar gracias por esta pérdida.

DEP Maestro.

Los seres libres ni siquiera se acuerdan de la felicidad – simplemente viven

Texto de Tarek Morales

Similar Posts

Deja una respuesta