Con voz propia Terreno Político

Kamchatka

Febrero, 2022. Seguimos anclados en el pasado. En nuestro pasado común, el sinsentido. Malos tiempos para la lírica, buenos tiempos para la cólera.

Condenados a la división y a la eterna corrupción. De las mentes y de los corazones. Condenados a no ser más que piezas intercambiables y prescindibles en el tablero de juego de unos pocos. Condenados a y por nosotros mismos.

Hoy amanecíamos con un anuncio. Una declaración, y de guerra nada menos. Pero no podemos decir que nos haya cogido por sorpresa. Estas lluvias se venían anunciando desde hacía un tiempo. Y no hablo sólo de las que se ciernen sobre Kiev.

Siria, Yemen, Myanmar, Etiopía o Afganistán. Pero también Venezuela, Somalia, Colombia o Kenia. Argelia, México o Irak. Nigeria, Mali o Sudán del Sur. Gaza, Palestina, Israel. Pakistán y la India. Camerún, Filipinas o el Chad.

Conflictos y conflictos a lo largo y ancho del globo que ponen de manifiesto nuestra naturaleza para que cualquier visitante llegado de otro planeta pueda conocernos de inmediato. Y, por tanto, darse media vuelta y dejarnos a lo nuestro. La autodestrucción es nuestra tendencia favorita, por encima de cualquier otra chorrada que se haya puesto de moda en Tik-Tok o que haya sido presentada en la Milan Fashion Week. Autodestrucción individual y colectiva. El mecanismo es el mismo.

No es de sorprender que la amplia mayoría de los conflictos armados en marcha mientras yo escribo y mientras usted lee tengan lugar fuera de Europa y de las sociedades occidentales. Nuestra posición de relevancia histórica nos otorga ciertos privilegios. Pero no nos hace más ajenos a nuestra propia naturaleza. Europa es un lugar en guerra permanente. El empuñar o no las armas no es más que un pequeño detalle situacional.

Si quisiéramos retirar un grano de arena del desierto del Sahara por cada conflicto bélico acontecido en Europa, nos quedaríamos sin arena que retirar antes de terminar de enumerarlos todos.

Europa, epicentro de la cultura, el despropósito y la barbarie. Europa, el lugar donde todo cabe y donde todo se acepta. El lugar en el que hemos pasado, en apenas unos pocos cientos de años, de acudir a presenciar ejecuciones en la plaza del pueblo un domingo cualquiera de mayo a levantar monumentos en nombre y honor de los derechos humanos y a dar a los perros un documento nacional de identidad.

No hace falta un microscopio ni un catalejo para ver más allá. Para ver que vivimos sobre una de esas figuras en equilibrio que algunos virtuosos crean utilizando las cartas de una baraja. Las cartas con las que no hemos sabido jugar. El equilibrio que revela fragilidad a través de su atractivo estético. La condena a venirse a bajo. La condena de nuestra naturaleza.

Con el anuncio de Vladimir Putin de invadir la región del Donbás damos otro paso más hacia el ridículo, el sinsentido y la barbarie. Con la promesa de sufrimiento y dolor, los ciudadanos de a pie ucranianos se reencuentran con su historia. Y con su naturaleza última. Esa de la que no pueden escapar. Esa a la que están condenados, aunque nadie les haya informado al respecto ni les haya solicitado su conformidad.

Y es que pocos pueblos han pasado por tantas penurias como el pueblo ucraniano. Un breve repaso a su historia más reciente nos desvela que estamos ante una comunidad destinada a la adversidad, pero también bendecida con la capacidad de rehacerse de sus cenizas. Y es que esa puede ser la única nota positiva en un día como hoy. Nuestra naturaleza no sólo nos obliga a caer, también nos permite levantarnos.

Uno podría objetar que no habría necesidad de levantarse tanto si no estuviéramos tan condenadamente (lo pillan?) enganchados a caernos. También uno podría objetar que si un burro tuviera alas no sería un burro sino una cigüeña. No se si me explico.

24 de febrero de 2022. Here we go again. Y no será por no estar advertidos. Pero no podemos evitar ser lo que somos. No podemos dejar atrás nuestra identidad. No podemos enfadarnos con un perro por ladrar, o por morder cuando se siente arrinconado.

Poco queda que hacer cuando el anuncio del sinsentido generalizado pone la guinda a un mal día, a una mala semana o a un mal año. Condenados a sobreponernos a nosotros mismos, la confirmación de nuestra profunda patanería a gran escala no otorga consuelo sino que aumenta la sensación de fatiga.

Evolutivamente estamos diseñados para pensar sólo en nosotros mismos. La alternativa representaría una carga prácticamente inasumible. Ingestionable. Intolerable. Si le dijeran a usted esta noche que mañana un terremoto sacudirá China de punta a punta, acabando con la vida de millones y millones de personas en el camino, aún así dormiría usted como un lirón. A pierna suelta. Si le dijeran esta noche que mañana a primera hora le van a amputar el dedo meñique de la mano izquierda, lo más seguro es que no pegase ojo en toda la noche, aterrado ante la inminente catástrofe.

La hecatombe nunca puede ser más que personal. Si no nos mueven nuestro suelo ni nuestro cielo, no nos importa. Es nuestra naturaleza.

Es parte del despertar espiritual de una persona ser capaz de sacar la cabeza del culo y entender que hay niveles de realidad. Que va más allá de nuestro meñique o de nuestro ombligo. Que hay sentido en el sinsentido. Y que sí que nos afecta.

Vivimos en una época llena de barbarie, sí. Pero también llena de conciencia sobre la barbarie. De archivos históricos sobre la barbarie. De planes para con la barbarie.

Hace unas semanas los civiles de las regiones amenazadas por el avance de tropas ruso eran desalojados. Vuelta a la carretera, a la incertidumbre, al sinsentido. Hoy, muchos ucranianos se levantan con malas noticias, sí, pero se levantan y acuden a trabajar, si pueden. O a visitar a sus familias, o a sus amigos. O a dar un paseo para tratar de evadirse, si pueden.

La inminencia de la barbarie o incluso la barbarie en si no nos detiene. Está en nuestra naturaleza el no detenernos. Each one teach one, y nuestra actitud es heredada. Nuestros ejemplos ya no existen, pero conocemos su historia. Nuestro líderes morales están ausentes, pero no por ello desaparece la moralidad. La podemos encontrar en las acciones de los ucranianos de a pie hoy, día 24 de febrero de 2022.

La fuerza unificadora que conecta el sufrimiento de los habitantes de todas y cada una de esas regiones en guerra, ahora, en el pasado o en el futuro. El sentido dentro del sinsentido. La respuesta a la pregunta de ‘¿por qué?’, y también a la de ‘¿para qué?’.

Es nuestra naturaleza. Estamos condenados.

Texto de Tarek Morales

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