Hoy, martes y trece. Día señalado en el calendario por todos los españoles supersticiosos y recelosos del destino. La creencia en España de que la coincidencia entre el segundo día de la semana y el decimotercer día del mes es un sinónimo de mala suerte, como suele pasar con estas cosas, no tiene un origen del todo claro – siendo el número 13 una cifra tradicionalmente asociada con malos presagios dentro del mundo cristiano. Quizá la efeméride más relevante a tal fecha sea la caída del Imperio Romano en Constantinopla un martes 13 del año 1453, y cabe la posibilidad de que el peso de este evento dentro de la cultura cristiana, y española en particular, sea la razón de la mala fama de este día.
Pero, si dejamos de lado el hecho de que hoy es martes 13, también podemos fijarnos en que hoy es día 13 de julio. Y fue casualmente un día 13 de julio, del año 1568 para ser exactos, cuando tuvo lugar uno de esos eventos que acaban por simbolizar un salto evolutivo y el progreso de la humanidad en su conjunto – el día en que se inventó la cerveza embotellada.
Alexander Nowell, decano de la célebre catedral de St. Paul, en Londres, es reconocido como el inventor o la mano ejecutora de tan trascendental momento histórico. La leyenda cuenta que un día a principios de julio el bueno del decano se disponía a salir de viaje a un río cercano para practicar una de sus grandes pasiones, la pesca. Una vez su señora le había preparado sus artilugios, bártulos y aperitivos, Alexander se cuestionó si no sería apropiado llevar consigo un refrigerio que hiciese la jornada en el río más amena y placentera. Sin más dilación y con una fuerte convicción en estar tomando la decisión adecuada, Alexander hizo una paradita rápida en un pub cercano, y pidió al tabernero que le rellenase una botella de vidrio con cerveza (ale, para ser más precisos), colocando un tapón de corcho para evitar males mayores. Habiendo disfrutado de un maravilloso día de pesca, Nowell regresó a Londres dejando atrás su botella, que quedó escondida entre unos matojos a la orilla del río. Poco después, el día 13 de julio, Alexander regresó al Río Ash para otro día de pesca, momento en el que encontró la botella que había dejado olvidada unos días antes que, para su sorpresa, estaba aún en unas condiciones óptimas para su consumo.
Al parecer, el estruendo que se produjo en el momento de descorchar la botella recordó al bueno de Alexander al sonido del disparo de una escopeta. El ale casero de Nowell había superado un segundo proceso de fermentación, acumulando dióxido de carbono que salió disparado en el momento de abrir la birra. Este fenómeno ofreció un nuevo tipo de ale burbujeante, mucho más potente y sabroso, que fue altamente apreciado por los británicos del período isabelino.
Hoy en día existe un acuerdo unánime en considerar esta crónica más como una leyenda que como una verdad histórica. Parece mucho más probable y razonable pensar que los cerveceros de la Inglaterra del siglo XVI comenzaron, en un momento dado, a almacenar su cerveza en botellas de vidrio, aunque no hay referencias de la comercialización de cerveza embotellada hasta la segunda mitad del siglo XVII, y siempre embotellada por cerveceros en el ámbito doméstico. El problema es que el tipo de botellas de vidrio que se fabricaban en la época, hechas a mano mediante el método tradicional de soplado, no eran lo suficientemente resistentes como para contener el tipo de presión generada por el dióxido de carbono presente en la cerveza. Hubo que esperar hasta que los métodos de producción técnicos estuviesen a la altura de la disposición del ciudadano de a pie a llevar consigo un poco del néctar mágico allá donde fueran.
Si estuviéramos escribiendo un libro de historia lo más fidedigno a la realidad posible, estaríamos moralmente obligados a ignorar todos los elementos que no fuésemos capaces de contrastar. Sin embargo, si lo que tratamos es de dar relevancia a un evento tan significativo para el devenir de la humanidad y conmemorar su importancia, cualquier día es tan bueno como otro cualquiera.
Alexander Nowell ejerció como decano de St Paul, uno de los símbolos de Londres, durante 42 años, hasta su muerte un día (miércoles) 13, en febrero de 1602. Fue enterrado en la propia catedral. De él se dijo que fue un hombre que dedicaba, al menos, una décima parte de su tiempo a pescar – pero también, al menos, una décima parte de su salario a los pobres, así como la totalidad de sus capturas en el río practicando su actividad predilecta. «La caridad es el padre de la religión» era su eslogan.
Más allá de la veracidad o verosimilitud de la historia, queda claro que estamos ante un evento y ante una figura histórica que contribuyen a dar forma a la sociedad occidental actual. ¿Qué sería de nosotros sin la posibilidad de adquirir, transportar y almacenar cerveza ? Quizá, sin el constante perjuicio de la tentación cervecil rondando nuestras golosas cabecitas, habríamos sido capaces de concentrarnos más en nuestros deberes profesionales – y sólo Dios sabe qué clase de mundo del terror habríamos creado.
Texto de Tarek Morales