Aleksandr Solzhenitsyn (1918 – 2008) fue un escritor, historiador, filósofo ruso, y ganador del Premio Nóbel de Literatura en 1970, siendo quizá más reconocido por haber sido encarcelado por motivos políticos en la Unión Soviética, y por haber dejado sus vivencias y experiencias dentro de la red de gulags rusos plasmadas en papel para que nosotros podamos aprender algo a partir de su sufrimiento. Una auténtica labor humanista.
Aleksandr sirvió en el ejército soviético durante la IIGM (habiendo ejercido como comandante de su escuadrón, y habiendo sido condecorado hasta en dos ocasiones, incluyendo una Orden de la Estrella Roja, por su valentía y efectividad en el campo de combate). Sin embargo, esto no sería impedimento para ser arrestado durante los últimos estadios de la contienda en 1945, tras haber escrito una serie de comentarios negativos en una correspondencia «privada» con un amigo personal, en las que criticaba a algunos de sus superiores en el ejército soviético, algunas de las decisiones de las élites políticas del Kremlin, e incluso al mismísimo Iósif Stalin. Solzhenitsyn sería testigo de la mastodóntica y multitudinaria celebración en Moscú por la victoria en la guerra a través de una pequeña ventana de su celda en la prisión de Lubyanka. Esta victoria, con toda su gloria ganada a base de sudor, sangre y lágrimas, ya no le pertenecía.
Solzhenitsyn pasaría los próximos ocho años, hasta 1953, en diferentes campos de trabajo del país (los infames gulags), donde el autor tuvo tiempo para meditar concienzudamente y arrepentirse de sus acciones en el frente, así como para llegar a comparar sus acciones e identificarse con sus captores en prisión. Una vez liberado de su condena, Solzhenitsyn fue forzado al exilio en el pueblo de Birlik, en la región de Almatia, Kazajistán. Finalmente, en 1956, gracias al discurso secreto con el que Nikita Jrushchov condenó y acabó con el culto a la personalidad instaurado de facto por el recientemente difunto Stalin, además de con el sistema de purgas que el líder georgiano había puesto en marcha, Aleksandr fue por fin exonerado de sus delitos y se le permitió regresar de su exilio.
De vuelta en sociedad, Aleksandr Solzhenitsyn pudo dedicarse de lleno (en sus ratos libres fuera de su trabajo como docente, vaya) a la escritura. Así ve la luz en 1962 Un día en la vida de Ivan Denisovich, con el permiso y la aprobación explícita de Jrushchov, que defendió incluso su publicación ante los miembros del Politburó, y que veía en el libro una oportunidad de aprendizaje y catarsis común, como sociedad, y un intento trascendental y necesario por desanclar el pasado próximo de los objetivos de presente y futuro de un régimen sumido en una profunda y acentuada manía persecutoria.
El libro se convirtió en un éxito instantáneo, y pronto comenzaría a estudiarse en las escuelas a lo largo y ancho de la Unión Soviética. El autor comenzaría entonces a dedicar sus energías a otras de sus obras más destacadas, como Pabellón del Cáncer (donde relata sus experiencias con esta enfermedad), y sobre todo la monumental and bigger than life saga de cuatro libros Archipiélago Gulag – obra cúspide del autor, y uno de los zénit de la literatura en el siglo XX.
Un día en la vida de Ivan Denisovich sirvió para informar al mundo occidental sobre el sistema de campos de trabajos forzados utilizado por las élites políticas de la Unión Soviética para con aquellos individuos considerados enemigos del partido. La crueldad y la precisión con la que se relatan los entresijos del caótico y tenebroso engranaje creado para lidiar con los denominados como adversarios políticos del Kremlin causó una gran sensación tanto dentro como fuera del bloque – siendo este el primer libro publicado en la Unión Soviética desde los años 20 centrado en la denuncia política redactado por un autor que no es miembro del partido comunista, y, con la marcha de Jrushchov en 1964, uno de los últimos trabajos-protesta que verían la luz dentro del sistema soviético.
La ópera prima del genial autor ruso le valdría para alcanzar el estatus de Premio Nóbel en 1970, y serviría de base y pistoletazo de salida para una de las carreras más prolíficas y valiosas de la literatura internacional reciente. El libro, como el título indica, se ocupa de describir un día en la vida de un prisionero político (de nombre ficticio) en un campo de trabajo soviético o gulag. La novela no escatima a la hora de detallar con espeluznante franqueza el trato que reciben los prisioneros por parte de los guardias, las penosas condiciones de vida en el campo, o el duro trabajo que se les demanda a diario, así como las pequeñas maneras en que los prisioneros son capaces de mantener una actitud digna, e incluso encontrar espacios dentro de su triste realidad para el esparcimiento o el disfrute puntual.
Un día en la vida de Ivan Denisovich esta considerado hoy en día como el testamento más poderoso y relevante del sistema de prisiones soviético, y como la primera ficha de dominó tumbada en una caída que acabó por tirar abajo los principios que sostenían el sistema político de la URSS en su totalidad. Una crónica necesaria para entender la frialdad y la mezquindad de una época central en nuestra historia reciente y cuyas consecuencias, logros y errores, continuarán resonando en el eco de nuestro desarrollo durante mucho, mucho tiempo.
Gracias a héroes sin capa como Aleksandr Solzhenitsyn nos resulta más sencillo ponernos en la piel, así sea momentáneamente, de aquellos oprimidos por la carismática y psicótica figura de Stalin, y comprender un poco más todos los martirios que tuvieron que atravesar los que se atrevieron a alzar la voz en una etapa en la que la complicidad era absolutamente obligatoria, impuesta y mantenida con puño de hierro . Quizá es hora de desempolvar este viejo pero atemporal clásico, y traer de vuelta sus impagables lecciones a las escuelas.
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