Ven, dijo mi alma,
Escribamos versos para mi cuerpo (pues somos uno),
A fin de que, si vuelvo invisiblemente después de la muerte,
O si mucho, mucho tiempo después, en otras esferas,
Dirijo allá mis cantos otra vez a un grupo de compañeros
(Adaptándolos a la tierra, árboles, vientos, olas tumultuosas),
Pueda yo siempre conservar una sonrisa de alegría,
Reconociendo eternamente mis versos; pues aquí y ahora,
Firmo por el alma y por el cuerpo, y pongo ante ellos mi nombre.
Hojas de hierba, Walt Whitman, Visor de Poesía, 2009.
No hay mejor manera de empezar un artículo que con un poema. No existe mayor belleza que la que pueda expresar un verso. La primera vez que leí Hojas de Hierba de Walt Whitman sentí cierto desasosiego. No comprendía qué estaba ocurriendo. Descubrí que se podían escribir poemas que no hablasen de uno mismo como individuo sino que cantasen al Yo colectivo, a la humanidad como ser pensante y sintiente.
Canto el yo, persona simple, separada;
No obstante, pronuncio la palabra democrática, la palabra En Masa.
Hojas de Hierba, Walt Whitman, pág.73, Visor de Poesía, 2009.
Walt Whitman escribió cantos, no poemas. Cantaba a la tierra, al ser humano, a lo colectivo, a la piedra, a la flor, a la hormiga, a la madera, al que trabaja y construye un futuro. Cantaba a una nación que estaba naciendo. Whitman fue una piedra angular de un Estados Unidos lleno de esperanzas. Un lugar que solo producía sueños, que no albergaba pesadillas. Una tierra donde las flores no marchitaban su frescor, donde el esfuerzo realmente se veía recompensado. Una tierra de amor a la Humanidad. Una tierra donde debía nacer un hombre nuevo.
En Hojas de hierba vemos el amor que el autor tenía hacia América. Una nueva tierra para un mundo nuevo, lleno de posibilidades y de sueños, de nuevos proyectos. Un mundo donde no existía el fracaso porque no se podía fracasar. No había caminos que recorrer porque ni siquiera estaban construidos. Todo era progreso. Todo era una posibilidad.
Quizá, Whitman no estuviera tan equivocado porque ese espíritu revolucionario, de cambios y nuevos proyectos en un nuevo mundo, también lo describió Alexis de Tocqueville en La democracia en América. Una América que podía convertirse en ese paraíso soñado por todos y no en el paraíso perdido que al final fue.
La poesía de Whitman rezuma vitalidad. Pero, no una vitalidad impostada, un canto hacía el positivismo tóxico o una especie de manual de autoayuda fraudulento. Su vitalidad reúne la historia de libertad del ser humano. Nos presenta, en bellos versos, la genealogía del progreso de toda la humanidad. Desde el trabajo de una hormiga hasta el canto a un carpintero. Desde el beso de las aguas hasta el canto a un velero. Sus versos abrazan la tierra y beben la savia que expulsa para, regurgitada, darnos de comer mientras, hambrientos, exigimos más y más.
Cada poema que leo es una sonrisa. Una mano que me ayuda a salir del pozo de la existencia. Whitman tiene la habilidad de ayudarte, de salvarte del sufrimiento. Te canta a ti constantemente, no te juzga, te ama sin condiciones.
Desconocido, si al pasar junto a mí deseas hablarme, ¿por qué no
has de hablarme?
¿Y por qué no he de hablarte?
Hojas de Hierba, Walt Whitman, pág. 95, Visor de Poesía, 2009.
Hojas de hierba es la voz del pueblo sin miedo. Es, quizá, la crónica de la primera revolución democrática del mundo. Sus cantos reflejan los anhelos de un pueblo libre y alejado de la mediocridad de los poderosos. Un pueblo sin amo, sin cadenas, sin clases. El libro aúna las sonrisas y lágrimas de aquellas personas que hacían tierra, construían ciudades, pescaban en el mar, amaban a sus padres, hermanos y vecinos. Es un canto a la naturaleza, al triunfo de la vida y el éxito de la humanidad por haber sobrevivido al terror de un mundo viejo.
La América de Whitman representa ese espacio donde el ser humano solo podía soñar. Desgraciadamente, la pesadilla llegó después. Ese sueño se rompió de tanto usarlo, se rompió al convertirse en una utopía. Se rompió cuando el hombre libre perdió la batalla contra el capital. Whitman se salvó de la barbarie. No llegó a llorar mudo la ausencia de ese poder humano que construyó un país. Solo vio al niño nacer, no crecer y convertirse en un monstruo.
Sus cantos son tan importantes porque nos recuerdan que un día fuimos otra cosa. Nos despertamos y soñamos. Nos sentamos y abrazamos la tierra mientras sentíamos los besos del mar en la planta de los pies. Hubo un día, según el evangelio de Whitman, donde un ser humano observaba a otro ser humano con amor. Y ambos cantaban a la vida.
Ya nadie se acuerda de eso. Ese paraíso mitológico ya solo existe en Hojas de hierba, en cada canto, en cada una de sus páginas se palpa el recuerdo de un tiempo mejor. Es un libro que reverbera constantemente una nostalgia atroz. Nos golpea con cada verso y nos anticipa cada emoción susurrándonos al oído: eres tan bello y simple como una hoja de hierba que mecida por el viento baila sin resistencia, se deja llevar por la vida y aplaude el triunfo de sus compañeras porque también es su triunfo y por eso ama.
Tú, lector, palpitas de vida y orgullo y de amor como yo,
Para ti, pues, estos cantos.
Hojas de hierba, Walt Whitman, pág.95, Visor de Poesía, 2009.
Texto de Andrei Cristian Medeleanu – Let’s Read About It. @lets.readaboutit