Me veo obligado a hablar porque los hombres de ciencia se han negado a seguir mi consejo sin saber por qué ª. Así comienza uno de los mejores relatos de terror que haya podido leer. En las montañas de la locura, de H.P. Lovecraft, refleja con maestría las principales características del llamado ‘horror cósmico’.
De Lovecraft ya se ha dicho casi todo. Lo que debemos recordar es que su importancia reside en su forma de comprender el terror y lo que nos atemoriza. Para hacer justicia, debemos resaltar que no fue él quien descubrió de manera repentina las nuevas características del terror moderno. Todo fue un proceso que él supo culminar con maestría. Arthur Manchen, Algernon Blackwood, o Lord Dunsany son autores que han contribuido sobremanera en la escritura y concepción del horror que tenía Lovecraft.
En las montañas de la locura nos encontramos nosotros al comenzar a leer la maravillosa historia que nos cuenta su protagonista. Una historia que comienza de forma misteriosa, donde lo desconocido hace su aparición, donde se nos exhorta a no seguir leyendo, a dejar las cosas como están. Pero, como hacen los científicos del relato, no hacemos caso y seguimos avanzando, línea a línea, palabra a palabra. Esa es una de las características: primero aparece la advertencia del horror, después el ser humano que la desobedece.
Después, nosotros, como seres alcanzados por la Ilustración, intentamos encender una luz entre tanta oscuridad. Intentamos iluminar el misterio, poner cara a lo desconocido. Pero ese miedo a no comprender, a no entender lo que se ve, sigue latente, palpita con rapidez como un corazón aterrado. Lovecraft nos sigue advirtiendo a no seguir, a dejar de leer, a cerrar el libro. Pero seguimos sin hacer caso.
Y avanzamos navegando el misterioso océano de incertidumbres, buscando un faro que nos guíe hacia la luz. Y parece que conseguimos discernir algunas verdades, conocer aquello que antes desconocíamos. Parece que la humanidad vuelve a salir victoriosa: aquello que escapaba a nuestro control, ahora se encuentra encarcelado. Pero esa cárcel es una mentira. Sus barrotes están hechos de aire. Y, nosotros, cegados por la fragancia de los laureles, seguimos navegando las aguas del horror cósmico.
Entramos en la boca del lobo y descubrimos la verdad. La grandeza del conocimiento nos abruma. La luz no ilumina, ciega. Debemos cerrar los ojos ante la existencia. Algo superior, algo que no comprendemos, pero que vemos, tocamos y sentimos, nos envuelve con su manto terrorífico. Hemos ido demasiado lejos.
Estábamos mejor en la oscuridad, donde podíamos abrir nuestros ojos y no ver. Este es el antepenúltimo paso: el descubrimiento de lo desconocido. Es cuando realmente se materializa el miedo y nuestras piernas, paralizadas, desean huir, separarse de nuestro cuerpo. Pero avanzamos con una valentía estúpida. Seguimos adentrándonos en la oscuridad.
Poco a poco vamos palpando las estructuras del horror, vemos su historia, leemos sus diarios. Parece muerto, abandonado por el tiempo. En ningún momento se nos ocurre que quizá este durmiendo, descansando hasta que algunos incautos irrumpan en sus sueños. Y despierta con sus hijos, extraños y universales. Seres que pertenecen al espacio, seres que no pertenecen a la Tierra, sino que la Tierra les pertenece a ellos. ¡El horror vive! ¡El horror vive! Este es el penúltimo paso: descubrir que el horror no solo existe, sino que también tiene vida. El último paso pertenece a la supervivencia: se trata de huir para mantener la vida.
Esto es lo que ocurre cuando uno sale vivo de las garras de la verdad cósmica. Después se trata de advertir a otros que no lo intenten, que no busquen el supremo conocimiento. Pero, desgraciadamente, la historia se repite. La arrogancia del ser humano lo lleva a desoír las advertencias y tentar de nuevo a la suerte.
Lo que caracteriza al horror cósmico de Lovecraft es la repetición y la paranoia. El autor no se basa en el miedo que tenemos a lo desconocido sino en el miedo que tenemos a no poder comprender lo desconocido, a pesar de tenerlo frente a nuestras narices. El horror cósmico da miedo porque refleja nuestras limitaciones como seres humanos. Da igual ver a Cthulhu, lo que nos horroriza es verlo y, aun así, no poder comprender lo que estamos viendo. La inteligencia de Lovecraft es situar esta nueva forma de horror lejos de la Tierra.
El progreso hace que cada vez nos resulte menos incómoda nuestra estancia en el planeta, porque cada vez lo conocemos más. Pero el cosmos es inabarcable, oscuro, silencioso y alberga horrores. Por eso, los miedos que expone Lovecraft son profundos y se encuentran alejados en el tiempo y alojados en nuestra consciencia. El horror cósmico habla de nosotros constantemente, de nuestras bestias, de lo que somos cuando apagamos la luz.
El horror cósmico es tan solo una advertencia, una frontera ante una realidad que es inabarcable. Nos pide que no avancemos más. En ese aspecto, refleja perfectamente la vertiente conservadora del miedo: más vale malo conocido que bueno por conocer. La belleza de un relato como En las montañas de la locura reside en la prosa del autor y, también, en nosotros que, al leerlo, vamos descubriendo nuestros propios monstruos. Y esos monstruos son tan cósmicos como el propio Cthulhu. Porque estamos hechos de estrellas y eso nos convierte en el horror de otros que, quizá, no veamos. Como los Antiguos Dioses tampoco nos ven a nosotros.
1 En las montañas de la locura, p. 9, H.P. Lovecraft, Alianza Editorial
Texto de Andrei Cristian Medeleanu. Let’s Read About It. @lets.readaboutit