Espíritu deportivo

Rompiendo el muro de cristal – la lección de Roger Bannister acerca de los límites

Estamos en 1954. El mundo comienza por fin a mostrar signos de recuperación tras el shock que significó la II Guerra Mundial. La etapa más oscura y tenebrosa de nuestra historia comienza a verse como parte del pasado – nuevos retos y desafíos se erigen en el horizonte. El ser humano necesita de estos desafíos para gozar de salud plena, tanto a nivel individual como colectivo. La sociedad necesita utopías hacia las que comenzar a caminar; el grupo necesita pioneros que marquen el ritmo para todos e iluminen los nuevos senderos que debemos recorrer.

Roger Bannister compaginaba sus estudios de medicina en St Mary’s Hospital, en el corazón de la ciudad de Londres, con sus entrenamientos en la pista de atletismo. Su disciplina y dedicación habían crecido en los últimos años, colocándole en la élite del deporte a nivel mundial, y permitiéndole cosechar buenos resultados en el circuito internacional. En 1952 finaliza cuarto en la prueba de los 1500m en los Juegos Olímpicos de Helsinki, estableciendo un nuevo récord para el país británico.

Pero Bannister no estaba para nada satisfecho con este resultado. No consideraba que estuviera a la altura de su ambición ni de sus esfuerzos. Tras considerar abandonar el deporte por completo para volcarse en su verdadera pasión y vocación profesional, la medicina, Richard decide fijarse un último reto hacia el que trabajar antes de colgar las zapatillas.

Como ya sabemos – y este mismo artículo sirve como una prueba más de ello – somos adictos a los mitos. La fascinación de las personas con la leyenda es comprensible si entendemos la manera en que las ruedas de la historia consiguen seguir girando. Son apenas unos pocos los que las impulsan para que todos podamos gozar de los beneficios que vienen acompañados de cada nuevo movimiento. Son unos pocos los que trabajan la tierra para que todos, en conjunto, podamos cosechar y degustar sus frutos. Los logros y los méritos de unos pocos elegidos sirven como plataforma de despegue para el vulgo, para la mayoría, para el grupo. Y aunque la envidia es una poderosa herramienta destructiva, nuestra ignorancia no suele llegar hasta el punto de despreciar lo evidente por mera ojeriza.

La función central de los mitos y las leyendas es la de abrir nuevas puertas que se creían cerradas a cal y canto, o incluso construir puertas donde antes sólo había muros de piedra. Además, los mitos y las leyendas son historias compartidas con una significación común para el grupo que las comparte, y este significado suele tener una relevancia central que ayudan a entender los objetivos o a la identidad del grupo en cuestión. Por eso estamos dispuestos a aceptar mitos y leyendas que, si bien a simple vista pueden ser rápidamente tildados como ilusorios o irreales, sirven para crear el efecto motivador e inspirador que se busca despertar en la mayoría.

A lo que vamos es a que, durante esta época, circulaba el mito de que no era posible correr una milla (1.6 km) en menos de cuatro minutos. La concepción común era que la anatomía humana no estaba preparada para soportar tales niveles de exigencia. Se había aceptado, por algún motivo, que pasaba con las personas algo parecido a lo que pasa con los guepardos – animales de una potencia explosiva incomparable, capaces incluso de superar a coches deportivos durante los primeros segundos de arrancada, pero incapaces por naturaleza de mantener esta velocidad por un periodo sostenido de tiempo mayor de un puñado de segundos. Esta concepción acerca de las capacidades y los límites reales del ser humano estaba bien extendida y era aceptada por la mayoría, aunque más tarde descubriríamos que su origen y propagación tiene más que ver con promotores y periodistas deportivos buscando generar expectación, que con ningún estudio o investigación empírica.

Nunca nadie, en la historia de la humanidad (al menos, en la historia registrada de la humanidad), había sido capaz de recorrer a patita una milla en menos de 4 minutos.

6 de mayo de 1954. Pista de Iffley Road, en Oxford, Inglaterra. 3000 espectadores en las gradas. Bannister había tratado de romper el récord en dos ocasiones en el pasado año 1953, quedándose en ambos intentos a menos de 4 segundos de lograrlo. Otros corredores de talla mundial del momento también andaban detrás de la mítica marca, como el australiano John Landy, que había dejado la cifra en 4:02.6 tan sólo tres meses antes. Bannister, que había manifestado estar seguro de que sus rivales lograrían romper el récord antes de cada uno de sus intentos, sabía que el tiempo se le acababa, y que si quería romper el dichoso récord, era ahora o nunca.

Bannister había comenzado la jornada cumpliendo con sus obligaciones profesionales en el hospital en Londres, donde preparó sus zapatillas y desde donde cogió un tren que le llevaría desde Paddington hasta Oxford, manteniendo durante todo el viaje la mirada puesta en el encapotado cielo londinense y en las caprichosas costumbres climatológicas de la capital británica. Para su gusto (y el de los expertos), el viento y la llovizna del día no eran las mejores condiciones para tratar de batir el récord. Pero justo antes de la hora fijada para el comienzo de la prueba, el tiempo pareció dar una tregua y estas condiciones se volvieron repentinamente más favorables. Además, como ya decimos, Bannister sabía que no podía retrasar mucho más el intento, bajo riesgo de ser adelantado por la derecha por sus competidores, que también parecían tener la marca a tiro.

Seis hombres tomaron posición para la salida, entre los que se encontraban Bannister y los dos atletas que debían marcar el ritmo para él, Christopher Chataway y Chris Brasher, que con el paso de los años se convertirían también en leyendas del atletismo británico por méritos propios.

La carrera comienza. Brasher durante la primera media milla, y Chataway tomando el relevo a partir de ahí, marcan el paso para Bannister, que parece poseído por el espíritu de algún tipo de animal mitológico de contrastada eficiencia mecánica. Todo pasa muy rápido. Como de costumbre en el atletismo, sí, pero esta vez un poco más rápido. Más rápido que nunca, para ser exactos.

Norris McWhirter, que más tarde sería (entre otras muchas cosas – estos aún eran unos tiempos en los que los hombres parecían contar con múltiples talentos y, sobre todo, con una ambición desmedida) uno de los fundadores del Libro Guinness de los Récords, ejerce como locutor para los espectadores que han venido al estadio a presenciar el intento en directo. Cuando llega el momento de anunciar el tiempo final, mantiene deliberadamente al público en vilo al anunciar el tiempo conseguido por Bannister.

«Damas y caballeros, aquí está el resultado del noveno evento de hoy, la carrera de una milla. En primer lugar, con el número 41, R.G. Bannister, miembro de la Asociación de Atletas Amateur, y antiguo miembro de la Universidad de Exeter y Morton, en Oxford, con un tiempo que es un nuevo récord en competición, y el cual – una vez ratificado – será un nuevo récord inglés, británico, europeo, del Imperio Británico, y mundial. El tiempo ha sido de tres …»

El estadio entero se unió para completar al unísono el mensaje:  3 minutos 59.4 segundos. Bannister lo había conseguido. Se había convertido en el primer ser humano en romper la barrera de los cuatro minutos en la distancia, rompiendo con los límites que sus contemporáneos creyeron certeros e inamovibles durante mucho tiempo.

A día de hoy existe un consenso práctico acerca de los motivos por los que la marca de los cuatro minutos no fue destrozada hasta 1954, y por qué la marca se había mantenido a apenas un segundo y medio de ser batida durante nueve años (el último récord vigente había sido establecido en 1945 por corredores suecos apenas 1.6 segundos por encima de los cuatro minutos), atribuyendo buena parte de las razones a la disrupción que significó, como es evidente, la segunda gran contienda mundial.

En un mundo que trataba de relamerse las heridas y poner piedra sobre piedra de nuevo para poder marchar hacia el futuro con un mínimo de seguridad, poco espacio quedaba para poner el foco sobre romper nuevos récords deportivos. Los expertos consideran que, de no haber tenido lugar la Segunda Guerra Mundial, lo más probable es que este récord hubiera sido pulverizado mucho antes, aunque también coinciden en señalar el mérito especial de un Bannister que fue capaz de batir la marca mundial con un régimen de entrenamientos considerado de baja intensidad, estando obligado a compaginar su plan de entrenamientos con su formación académica y, posteriormente, con su desempeño profesional.

Pero la magia de la historia de Bannister no reside tanto en el hecho de que estamos ante el primer atleta capaz de romper la barrera de los cuatro minutos, una frontera que corredores profesionales andaban tratando de romper desde tan pronto como 1886 y que se había convertido en un límite psicológico y mental, más que en un límite físico o atlético. Y esta es la magia de la lección que heredamos de Roger Bannister (un atleta que fue criticado por su actitud y enfoque particular a la hora de entrenar, tildado como ‘lobo solitario’ por su voluntad de hacer las cosas a su manera) acerca de nuestras concepciones sobre de nuestros propios límites.

4 minutos era la marca que había estado molestando a corredores profesionales durante décadas. Era la piedrita en el zapato de la que no lograban deshacerse – el muro de cristal que no habían conseguido romper. Sólo 46 días después de que Bannister desafiase a la lógica y rompiera las predicciones de los autodenominados expertos, John Landy se convierte en el segundo hombre en conseguir completar una milla en menos de cuatro minutos (3:58). El año siguiente, hasta tres corredores consiguen romper la barrera de los cuatro minutos en la misma carrera. En años venideros, y hasta el día de hoy, más de 1400 corredores de todo el globo han certificado una marca por debajo de los cuatro minutos. El récord mundial se encuentra a día de hoy y desde 1999 en posesión del laureado atleta marroquí Hicham El Guerrouj con un registro de 3:43.13, a la espera de nuevos pioneros capaces de tumbar, una vez más, las creencias que sostenemos acerca de nuestras limitaciones.

John Landy y Roger Bannister

Richard Bannister se retiraría del atletismo profesional en 1954, poco después de haber escrito su nombre en los libros de historia, y habiendo sido capaz de bajar hasta en dos ocasiones su propia marca ese mismo año, la primera de ellas en la acuñada como ‘The Miracle Race’, que le vio enfrentarse (y superar) a la otra gran estrella del deporte y segundo hombre «en la luna», John Landy. Bannister recibiría más tarde unos reconocimientos acordes a su figura, cuando le fue concedida la Orden del Imperio Británico por su contribución al deporte amateur en el país, y llegaría a ser nombrado Caballero, recibiendo el honor en el año 1975.

Tras su retirada del atletismo, dedicaría el resto de su vida a la medicina. Bannister fue entrevistado por la BBC con motivo de la celebración del 50 aniversario de su récord. Cuando cuestionado acerca de si considera que este episodio representa el logro más importante de su vida, él respondió que se siente aún más orgulloso de su labor profesional y de sus aportaciones en el campo de la medicina.

Roger fallecería en el año 2018 a los 88 años de edad y aquejado de la terrible enfermedad de Parkinson. Para el recuerdo queda el legado de uno de los grandes pioneros del deporte británico y del atletismo profesional, además de una serie considerable de contribuciones introducidas en materia de método y procedimientos en el área médica.

Pero más allá de esto, estamos ante uno de los protagonistas de uno de esos momentos puntuales que representan un punto de inflexión para la raza humana en su conjunto – uno de esos instantes que cambian la manera y la orientación en que el mundo rota sobre si mismo, uno de esos elegidos para transmitir a la humanidad un mensaje que abre las puertas hacia nuevas posibilidades, hacia nuevos horizontes, nuevas realidades, nuevos tiempos. El ejemplo de Roger Bannister va mucho más allá del atletismo – es un ejemplo ilustrativo como pocos de los mecanismos que nos han permitido salir de las cavernas y organizarnos para crear transatlánticos y cohetes espaciales, la penicilina o nuestro sistema de justicia. Es uno de esos pocos abanderados del progreso identificados con nombre y apellidos.

Para cerrar, nos apoyaremos en las palabras de su compatriota George Bernard Shaw: «el hombre racional busca adaptarse al mundo; el hombre irracional busca que el mundo se adapte a él. Por lo tanto, todo progreso dependerá siempre del hombre irracional». El hombre irracional no es más que aquel que no está de acuerdo con lo que los que han venido antes que él han coincidido en denominar como racional. No es más que aquel que tiene otras ideas que proponer. Lo que otros han decidido no son más que palabras. Y Bannister es la mejor prueba de ello.

Texto de Tarek Morales

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